Octubre 2015 - Marzo 2016

Te invitamos a leer la nueva entrada del blog Mirando de espaldas al MDE15, de Jenny Giraldo. Una mirada a la videoinstalación “Transacciones” de la artista de Adriana Escobar.

Del Morro a los extramuros. De los extramuros al Museo.

Una de las formas que encontré para mirar de espaldas al MDE15 fue mirarme a mí misma. Quién soy yo, cuál es mi historia y cómo esta opera cuando me enfrento a alguna de las múltiples experiencias artísticas que el Encuentro me ha propuesto. Y eso, exactamente eso, me sucedió con la videoinstalación “Transacciones”, de Adriana Escobar.

Lo primero que quiero decir es que me ha costado mucho comprender el video en el museo. ¿Por qué allí, en una sala, y no en una actividad especial dedicada a la difusión de lo que, a mí parecer, podría ser un documental? ¿Por qué, como espectadora, me indican cuál es el tiempo que debo permanecer frente a una obra para asimilarla en su totalidad? Porque si me presentan un video de 47 minutos, muy seguramente si lo veo sólo 12, no tendré idea de qué me perdí y, por lo tanto, seguramente, el artista me ha presentado su obra incompleta. ¡Pobre artista ante tan malos ojos espectadores! Estaba dispuesta a indagar por respuestas; a comprender desde los puntos de vista artístico, estético, histórico o institucional qué andaban haciendo los videos en el Museo de Antioquia. Pero a estas alturas del MDE15 debo reconocer que ya no me asalta la pregunta. Me aventuro en una posibilidad: ¿será que un día alguien pensó (¡en buenahora!) que ya era suficiente de cuadros colgados y que sería bueno tener algo con más movimiento? ¿Y entonces, desafiando los moldes y los patrones del arte en el museo, decidieron meter allí sus videoinstalaciones o los registros audiovisuales de sus performances? Puede ser. Y si es así, me alegra, porque creo profundamente en que es necesario controvertir las reglas artísticas. Ya bastante tenemos con otra cantidad de normas, formas y formatos para que el arte, una práctica que apela a lo subjetivo, a lo sensitivo, al alma de artista y espectador, también se hubiese tenido que quedar en una sola forma válida de ser y hacer arte.

Superada esta gran pregunta (una de las cosas que le agradezco al MDE15) me dediqué a disfrutar de unas cuantas obras audiovisuales que me sacudieron. La primera: “The parade of the rituals and stereotypes” (una breve presentación de sus protagonistas). Un video en stopmotion, de unos 8 minutos, que vi varias veces y varias lo seguí viendo. Y me causaba asco; de ese asco que inexplicablemente te obliga a permanecer observando. ¿Morbo le llaman? También me disfruté de inicio a final “La columna” (un fragmento), un impecable ‘cuadro’ (en el sentido museográfico/clásico de la palabra), con una fotografía maravillosa. Ambos videos, me parece, que además de lo impecable en sus técnicas, de una propuesta estética clara y coherente, son denuncias contundentes, dolorosas, conmovedoras. Eso, creo yo, es lo que debe hacer el arte, si se me permite un deber ser del arte a estas alturas.

Pero, la experiencia que quiero relatar hoy no es ninguna de las anteriores. En la sala Violencia, conflicto y memoria me encontré con una serie de videos que en conjunto reciben el nombre de “Transacciones” (y por estas cosas de la contemporaneidad del arte, también se puede ver en Youtube); la artista es Adriana Escobar, quien encontrándose en el proceso de realización de un documental muy íntimo llamado “No es tiempo de muñecas”, cuya protagonista es Estela, una mujer de Moravia, se encontró de manera frontal con una nueva problemática para esta mujer y para su barrio: el desarraigo. “Transacciones” habla de las implicaciones del desplazamiento que sufrieron algunos habitantes de este barrio, específicamente del sector conocido como El Morro (ese que hoy se ve colorido y simpático desde la estación Caribe del Metro), cuando el territorio en el que habían vivido por más de tres décadas fue objeto de una declaratoria de calamidad pública.

La historia cuenta que sobre la laguna fueron cayendo muchos de los desechos de esta ciudad. Con nuestras basuras se hizo una montaña y a la montaña llegaron miles de personas desplazadas de otros municipios del departamento. Allí construyeron sus casas, construyeron su barrio y asentaron su territorio. Debajo de sus pies, toda la basura de una ciudad experta en esconder lo que le sobra. Un vaho caliente subía desde este suelo, se respiraban los gases. Calamidad pública: en cualquier momento la montaña podría explotar, era una bomba de tiempo, las enfermedades y las epidemias eran grandes amenazas para esta comunidad. “Pero si mis niños no se han enfermado”, “Pero si yo llevo acá 20 años y nada ha pasado”, decían sus habitantes cuando tuve la posibilidad de un encuentro cercano con ellos.

Entonces una ciudad presta a verse bella, a construir sobre las desgracias de otros obras dignas de premios internacionales y a crear corredores turísticos, comienza un proceso de “reasentamiento”, expulsando a los dueños de “El Morro” de su territorio hacia otras tierras ajenas y áridas para ellos. “Nuevo Occidente”, se llama este sector, conformado por urbanizaciones y edificios altos, sin ascensores, sin aceras del frente, sin espacios públicos dignos, que inmediatamente se convirtieron en foco de otras problemáticas:

“Los primeros pobladores de Nuevo Occidente llegaron a la Villa de los Juegos Suramericanos que organizó Medellín en 2010 y que luego de hospedar a los deportistas, se transformó en un ambicioso proyecto de ciudad para garantizar calidad de vida de las personas de escasos recursos.

Hoy, cinco años después, cerca de 80.000 personas –la misma población que sumarían los habitantes de Marinilla y El Santuario si se contaran como un solo pueblo– habitan un conjunto de urbanizaciones que sirvieron como solución de vivienda para población vulnerable de la ciudad: personas desplazadas por la violencia o en zonas de alto riesgo.

Pero el problema, aseguran los habitantes, es que el proyecto se quedó en solo eso, entregar casas y nada más”.

El Tiempo. 15 de julio de 2015.

Entonces, cuando Adriana se interna en Moravia para conocer y registrar la vida de Estela, comienza a reconocer este otro lado de la moneda: un desplazamiento forzado, legal y sin planeación; el afán de sacar de su contexto lo que nos estorba, lo que afea, lo que evitamos mirar de frente. Y presenta la secuencia de 21 minutos en la que se muestra, en un contraste entre la imagen poética y las palabras duras y concretas, la vivencia de muchos moradores de este barrio, al norte de la ciudad. Una alcaldía que pretendía mover esta ciudad del miedo a la esperanza y que pretendió que estos habitantes confundieran el desarraigo con el mejoramiento de la calidad de vida. Así sucedió y Adriana Escobar volvió a poner el dedo en la llaga de esa ciudad que maquilla sus heridas, que ignora sus cicatrices. Y lo hizo justo el mismo día que Medellín recibía el “Nobel de las ciudades”, un premio que se otorga a las urbes que “logran transformarse rápidamente”. Y es que, claro, es muy fácil ver la casa limpia cuando se esconde la basura debajo del tapete o se acumula en la terraza a la que nadie sube y eso pasó con Moravia. No hay soluciones de fondo, no se atacan las causas estructurales de los muchos problemas con los que carga una comunidad. Se intercambian casas por vidas, por sueños, por territorio, por historia, por pertenencia, por barrio.

“Habiendo superado desafíos de expansión urbana incontrolable y años de violencia debida a la inequidad, Medellín ha experimentado una transformación importante en las últimas dos décadas. A través de un liderazgo valiente y arriesgado, políticas y planes a largo plazo e innovación social, los líderes de la ciudad han aplacado sus problemáticas más urgentes y han mejorado la economía, la posibilidad de sus habitantes de emplearse y la calidad de vida”, afirmaron otros miembros del jurado».

Revista Semana. 16 de marzo de 2016.

Eso dice la prensa sobre el premio. ¿No es un poco exagerado? ¿Quizás hasta mentiroso? Si se devuelven un poco a leer la nota de El Tiempo, verán que en Nuevo Occidente se contradice cada línea del párrafo que destaco sobre la entrega del pomposo premio. La expansión urbana continúa, seguimos siendo una ciudad con altos índices de inequidad y una alta percepción de inseguridad. Quizás tiene razón el fragmento que cito cuando dice «han aplacado sus problemáticas más urgentes», quizás esas problemáticas urgentes son las que más se ven y quizás sólo están aplacadas, no solucionadas. Un mes antes, en un blog de El País, esto reflexionaba Manuel Delgado sobre esta intervención:

 “Pero una parte de Moravia ya no existe. La vida ha sido sustituida por lo que pomposamente se presenta como un «plan integral de mejora». En la parte en que decenas de familias habían levantado sus casas sobre una montaña de residuos -un colosal vertedero al aire libre- ahora hay un espacio ejemplar, modélico, signo de la victoria de la sostenibilidad sobre la pobreza. Es El Morro, un oasis de flores y césped, en que las indicaciones están en inglés y que la prensa presentó como un emblema de en qué consiste la «resilencia» (?). Objetivo: que la aséptica cosmética que ha organizado la Zona Norte, al servicio de la falsa imagen que se quiere ofrecer de Medellín, acabe extendiéndose en dirección al norte a costa de Moravia, es decir de la ciudad real”.

Reformar es expulsar o ¿a dónde fue a parar la gente de El Morro de Moravia, en Medellín?

Entonces, en ese espacio de diálogo que propicia el MDE15 con los y las artistas, ella habló de Estela, de su documental y del encuentro azaroso con esta otra parte de la historia. Y yo, esa noche y gracias a ella, recordé (mientras Medellín celebraba su nuevo trofeo) esa parte de mi historia que me hizo desconfiada con ‘tanta belleza’ y que me llevó a preguntarme por el sentido de usar la esperanza como promesa de gobierno. O, de manera más amplia, que me hizo desconfiar de la esperanza. Cuando trabajé en el proyecto de Intervención Integral de Moravia sentí la incomodidad de saberme haciendo parte de un proyecto gubernamental que decía estar haciendo lo correcto. Comunicar un proceso de desplazamiento como un exitoso modelo de vivienda de interés social, con acompañamiento a los nuevos pobladores me hizo sentir viviendo en una farsa.

Tres escenas se quedaron como cicatrices en la memoria de esa joven comunicadora: la primera, el niño de 3 ó 4 años que se fue de bruces ventana abajo y se mató; un niño que tendría ahora unos 13 años, cuya muerte accidental se conjugó con la ‘esperanza’ que le habían vendido a esta familia que vivía de alquilar lavadoras y que, dentro de sus lógicas del cuidado no estaba proteger a un niño de caerse por una ventana, pues en el Morro de Moravia vivía con el suelo a su nivel y a su disposición, niños y niñas a cielo abierto, corriendo, disfrutando de ese aire ‘contaminado’ pero propio; ahora viene la imagen de esa madre (no hay nombre para los ‘huérfanos de hijos’) subiendo las escaleras con una pequeña lavadora a la espalda. La segunda, una de esas mujeres en la ‘asesoría’ para adquirir su nuevo apartamento, quejándose del tamaño del lavadero; la funcionaria encargada respondiendo cínicamente: “tranquila, querida, que de ese tamaño son los lavaderos de los apartamentos estrato cinco”; no lo pongo en duda; no llego al cinco, pero en mi lavadero es una prueba para la inteligencia espacial lavar un trapero; sin embargo, ¡qué descaro!, no se le pasó que, a diferencia de ella, la mujer que se quejaba tenía que lavar a mano, cada día y ropa de todo tipo. La tercera: una petición constante que salía de la boca de los futuros desplazados: “que no vayan a hacer un parque biblioteca”; ¿y por qué creería uno que ellos y ellas tenían miedo de que su territorio terminase convertido en un edificio público de esos que se han promovido como urbanismo social y que han servido para construir y vender una imagen de ciudad transformada, limpia, bella, impecable, aséptica? Quizás porque estas personas ya intuían el modelo de ciudad que ha venido sosteniéndose: la ciudad cosmética, la que es para mostrar afuera, la que esconde sus pecados, como buena cristiana de misa dominical. Una ciudad que no permite preguntas, ni reclamos; una ciudad para las vallas, los afiches y los premios internacionales.

Por eso, y a propósito de la videoinstalación de Adriana, de la posibilidad de conversar con ella y del poco seguimiento que se la he hecho a los reasentamientos de los habitantes de Moravia por parte de las administraciones posteriores y por parte de esta ciudadanía pasiva y silenciosa, vuelvo a las palabras de Manuel Delgado y a esa necesaria reflexión a la que nos lleva hoy un video “colgado” en el Museo a manera de obra de arte, una pregunta por la relación sujeto-territorio que me atrevo a pensar que las políticas públicas ignoran, pues los problemas que se ven son otros.

“Hay ciudades que mienten. Se invisten de un discurso altisonante, regado de categorías solemnes y contundentes —ciudadanía, sostenibilidad, participación, civismo…— y con ello consiguen a veces que sus propios habitantes se conviertan en cómplices activos de los procesos de inhabilitación de que son víctimas como consecuencia de políticas que se presentan como sociales, pero que no son más que de márketing urbano al servicio de la buena colocación en el mercado de urbes”.

Hoy, cuando estamos al cierre del MDE15, recuerdo un trabajo con un grupo de jóvenes ya ocupando sus diminutos apartamentos en Pajarito: “¿Qué es lo que más extrañan de Moravia?”, preguntamos. Responden ellos sin dudar: ¡La música duro y el ruido!” Eso es el territorio: lo que somos y hacemos en él y con él, las costumbres, lo que construimos, las rutas que trazamos, los lazos. No una casa impuesta, como las de Nuevo Occidente, desconocedoras de toda historia, de los ritmos de esas vidas, de sus pasos. Hoy vale la pena levantar muy fuerte la voz para preguntar: ¿En qué condiciones están los pobladores de esta zona de la ciudad?

Jenny Giraldo

Comunicadora social y periodista.
Habitante, lectora y espectadora de la ciudad.

En intento de tesis de la maestría en Estudios Humanísticos de la Universidad EAFIT. Tema: las mujeres, el espacio público y el miedo. Coordinadora de comunicaciones de la ONG Corporación Región. Realizadora radial del programa Cuarta Pared (sobre artes escénicas y teatro) en UN Radio.

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