Octubre 2015 - Marzo 2016

A veces no es necesario darle la espalda al Museo para mirar de frente a la ciudad y a sus problemáticas; eso sentí en mi experiencia con la propuesta 'Feria de las Flores', de la artista española Núria Güell. Nueva entrada en el blog del MDE15, por Jenny Giraldo.

“Medellín, eterna primavera, son tus mujeres rosas que adornan el jardín…”

Valentina y Yolanda. 17 y 14 años. Piel trigueña. Voces tímidas que, en un recorrido de una hora, se van volviendo más intensas, más seguras. Ellas son las guías de una visita que se hace por la sala Botero, revisando algunas de las obras del artista antioqueño y exponiendo su propia visión sobre ellas. Se disculpan constantemente, les pregunto por qué lo hacen: “Mucha gente se siente ofendida con lo que decimos”. Y claro que tenemos que ofendernos, pero quienes debemos disculparnos somos nosotros, los que nos hacemos los ciegos.

En el año 2012 fueron identificados 274 niños, niñas
y adolescentes en explotación sexual comercial.
En 2013 fueron 182 casos. En 2014 la cifra fue de 184.
Datos tomados de la página de la Alcaldía de Medellín

A veces no es necesario darle la espalda al Museo para mirar de frente a la ciudad y a sus problemáticas; eso sentí en esta experiencia, una propuesta de la artista española Núria Güell, llamada Feria de las Flores. Concretamente: un recorrido en el que las guías comparten su mirada sobre algunas obras elegidas por ellas mismas en un trabajo previo con la artista. Ellas ahora no tienen miedo de decir que han sido víctimas de abuso infantil: hablan sin temor o sin vergüenza de violaciones, de venta de la virginidad, del papel que juegan las familias o los poderes territoriales en los barrios. Develan de qué manera la Feria de las Flores tiene ese lado perverso que permite el tráfico sexual de menores. Y todo esto lo hacen a través de las obras de Botero.

¿Qué tendría Botero en la cabeza cuando pintó Rosita o La familia colombiana? Quizás podríamos encontrar esta respuesta en algún libro sobre arte colombiano o en una biografía. Y debo confesar que lo que sea que se haya pasado por la cabeza del pintor sólo cobró interés para mí después de escuchar la vehemencia con la que Yolanda y Valentina hablaron de cada uno de los personajes de estas pinturas. En el caso de La familia colombiana, por ejemplo, tantas mujeres alrededor de un hombre son la representación del machismo a través del cual se ha constituido la familia en nuestra sociedad; y hay también una idea de clasismo claramente retratada en esta obra. ¿Dónde está la empleada? De ella sólo aparecen sus brazos. ¡Qué curioso! Días antes había visto otra de las obras del MDE15 que, precisamente, pone en evidencia la invisibilización de las mujeres que cumplen funciones de trabajo doméstico. Se llama 97 empleadas domésticas, una propuesta de la peruana Daniela Ortiz. Fotografías en las que las familias, especialmente hijos pequeños, son protagonistas, mientras que de aquellas mujeres sólo es posible ver un brazo, una mano o una pequeña imagen al fondo del escenario fotográfico. Esta serie plantea una reflexión, precisamente, sobre el lugar que ellas ocupan en las vidas de las familias para las cuales trabajan; un asunto que Yolanda y Valentina también identifican en la pintura de Botero.

Pero no se quedan sólo allí, trato de parafrasear la historia que cuentan ellas sobre esa “típica familia colombiana”: un padre que es el centro, todos y todas están a su alrededor. Una mujer que mira con odio a la empleada (la que no se ve), porque sabe que para su marido ella es atractiva y sabe, además, que esa pequeña que le ofrece una fruta al patrón, vestida también como una empleada doméstica en miniatura, es fruto de las relaciones a las cuales ella ha sido sometida. Un joven que duerme, sin camiseta, al amparo de su padre y de su madre, que no hace mucho por su vida, un ‘vago’, diríamos por estos lados. Luego, la hija, con una muñeca en su mano, una niña que, según nuestras guías, está condenada a no decidir por ella misma, a hacerse madre, a reproducir ese modelo supremo del ser mujer que nos han enseñado y que, desde los juegos infantiles, se nos plantea como la gran posibilidad para nuestras vidas. Por último, el mirón, el fisgón, ese que ve y que calla, ese que “se hace el loco” frente a los abusos, los maltratos, las desigualdades. ¡Cuántos elementos en una sola pintura fueron capaces de ver este par de jóvenes! Y el recorrido apenas comenzaba.

Como no se trata de describir aquí toda la visita, pues la invitación es a llegar al Museo de Antioquia los lunes o los sábados para acercarse sensiblemente a esta experiencia, sólo mencionaré que me impactó la relevancia que tuvo para estas chicas la escultura “Mujer con moño”, pues ellas, así lo describen, sienten que como mujeres siempre están empacadas, decoradas, son un regalo para el otro, se deben al otro. Si ampliamos la mirada a otros contextos y otras problemáticas del universo femenino, esa valoración tiene mucho sentido. Contemplar los imaginarios que se mueven alrededor de un reinado de belleza (suceso que en Colombia sigue teniendo gran relevancia) es una muestra de esas mujeres con moño alrededor de todo el mundo. O, por ejemplo, las críticas contra la esposa de un futbolista porque participa de un reality show, son la constatación de que esperamos que las mujeres estén al servicio de algo o alguien: su familia, su esposo, sus hijos, sus padres… pero no al servicio de ellas mismas. Reconocer los miles de productos y procedimientos que nos venden a diario para que encajemos en los modelos de belleza hegemónicos también es comprender que la sociedad quiere mujeres con moños. Y en Medellín, como dice el popular estribillo que cantamos con más ahínco en la Feria de las Flores, “son tus mujeres rosas que adornan el jardín del Valle de Aburrá”.

[¿Qué tal este trabajo fotográfico de Jessica Ledwich,
que hace una crítica absurda (aunque no tan lejana) a los
procedimientos a los que acudimos para embellecernos?
]

Así que escuchar a Yolanda y a Valentina abre un mundo de interpretaciones personales, es la posibilidad de que nos pensemos individualmente frente a una obra de arte, de que descubramos qué de nosotros hay en esa pintura o en esa escultura que creíamos lejana. Resignificar la obra de Botero es un gran valor del trabajo de Nùria Güell y, al menos a mí, me deja la certeza de que toda obra de arte puede ser vista desde perspectivas muy diversas y que no hay, por supuesto, una sola mirada que sea válida. Además, en esa pregunta que me ronda sobre el arte contemporáneo y las formas que la obra artística adquiere, esta experiencia particular se acerca mucho a lo que explica la curadora y crítica mexicana Itala Schmelz: “muchas producciones artísticas implican procesos de comprensión más cercanos al campo de la educación y pedagogía”; aunque esa comprensión es difícil, el arte ya no es sólo la obra, el arte también es experiencia.

***

La propuesta de Nùria se llama Feria de las Flores, haciendo alusión evidente a la fiesta tradicional de Medellín, que convoca a miles de extranjeros cada año. La llegada de estos visitantes genera ingresos, movimiento para la ciudad, le da reconocimiento internacional, engrosa las cifras de Cotelco, del Bureau, de la Alcaldía de Medellín, del Metro y del mismo Museo:

“El certamen atrajo turistas de México, España, Estados Unidos,
Holanda y por supuesto nacionales que en total sumaron 21.528
visitantes. Por lo que el incremento en la hotelería fue del 80%.
Cada visitante invirtió en promedio 200 dólares, entre alimentos,
hospedaje y transporte. Es por eso que la derrama económica
que dejó la Feria se calcula en 21.746.000 de dólares”.
Tomado de El Tiempo. 12 de agosto de 2015

Pero al mismo tiempo, la Feria de las Flores es un caldo de cultivo para la explotación sexual infantil. Muchos de esos turistas, los que reconocen a Medellín por sus fiestas y por “sus mujeres bellas”, llegan atraídos por la posibilidad de adquirirlas a precios bajos. Hay un entramado “narcoturístico” en el que las drogas y las mujeres (o niñas) son los productos a ofrecer. Hay redes organizadas que se valen de las nuevas tecnologías para mover su mercado. Al final del recorrido, Valentina y Yolanda, en una tablet, muestran algunas conversaciones en las que niñas como ellas son ofrecidas a los turistas.

[Vale la pena recordar el especial que publicó la Revista
Semana “Sexo y drogas: un paquete turístico en
Medellín”, que relata pormenores de los aberrantes
negocios de la prostitución y la explotación sexual infantil].

Visité el Museo en vacaciones, hice una larga fila para comprar la boleta, creo que mi hermana y yo éramos las únicas personas de nacionalidad colombiana en la taquilla. Quiero creer que esos turistas que visitan el Museo no son los mismos que compran la virginidad de las niñas; quiero creer que no compartí fila ni espacio con ellos. Pero, al mismo tiempo, quiero creer que alguno de ellos se haya dejado llevar por el esnobismo vacacional/cultural y haya llegado a conocer uno de los más importantes museos de la ciudad. Y que allí se haya cruzado con Yolanda y Valentina y, de esta forma, con la niña o con la joven, de la cual fue abusador.

Jenny Giraldo

Comunicadora social y periodista.
Habitante, lectora y espectadora de la ciudad.

En intento de tesis de la maestría en Estudios Humanísticos de la Universidad EAFIT. Tema: las mujeres, el espacio público y el miedo. Coordinadora de comunicaciones de la ONG Corporación Región. Realizadora radial del programa Cuarta Pared (sobre artes escénicas y teatro) en UN Radio.

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