El lado salvaje del Encuentro

 

Por Sol Astrid Giraldo
La naturaleza, con su radical ambigüedad, es una de las principales invitadas al Encuentro Internacional Medellín 2007. Pero no se trata en absoluto de la naturaleza inflamada de los románticos, de la idealizada de los artistas viajeros del siglo XIX, de la imagen científica rastreada por cartógrafos y geógrafos del país recién nacido, de la exaltada, original, irrepetible en la que se buscaba la identidad latinoamericana en el siglo XX. No. La naturaleza que aquí ha sido convocada es paradójicamente un producto cultural, artificioso, político, económico, cotidiano. Un terreno humano donde se cruzan los hilos de la globalización y la localidad, del presente y de la historia, de lo ancestral y el consumo, de lo innombrado y el lenguaje, de lo salvaje y lo domesticado, de lo bucólico y la guerra, de lo nacional y lo geopolítico.

 

La naturaleza desde esa perspectiva es un lugar común en las obras de los artistas contemporáneos colombianos que la han trabajado desde hace algunos años como María Fernanda Cardozo y sus instalaciones de flores y animales disecados, Juan Manuel Echavarría y sus arreglos florales con huesos humanos, José Alejandro Restrepo y sus video-instalaciones acerca de plantas emblemáticas como el plátano y el café, entre otros, que para un crítico como José Roca, han terminado por desarrollar toda una “botánica política” a través de la cual se ha podido explorar zonas oscuras y silenciosas del país.

 

Al Encuentro han venido varias obras emblemáticas de esta tendencia. De la primera, que hay que hablar, sin duda, es de “Maíz” de Antonio Caro (Casa del Encuentro), una obra de vieja data, que consiste en un diseño minimalista de esta planta ancestral americana que él viene trabajando sistemática y ritualmente desde los 70, a través de varias técnicas y soportes como la serigrafía, la reproducción en estampillas, hasta la planta misma. En Caro, se trata de un símbolo que nos interroga sobre todos nuestros procesos de identidad, de colonialismo político y económico, de la memoria y amnesia oficial. Pero también es una especie de de fetiche, de pozo ancestral al que siempre se puede de vez en cuando volver a beber. Caro ha convertido su repetición en una especie de meditación, de afirmación, de corroboración de un pasado, en un contexto artístico donde hablar de identidad puede sonar muy pasado de moda. Pero Caro, que nunca ha comulgado con ellas, continúa indiferente en su repetición que nos ubica más allá de cualquier estrategia artística políticamente correcta.

 

“Broadway” de Miguel Ángel Rojas (en el Museo de Antioquia, en la sala dedicada a la exposición “Los orígenes del arte Conceptual en Colombia”) es un prodigio de concisión y fuerza conceptual. Por la pared inmaculada del Museo se expanden pequeños puntos de plastilina con hojitas pegadas, en forma de una colonia de hormigas que logran infiltrarse debajo de otras obras instaladas en el recinto expositivo. Es que es una marcha que no se detiene ante ningún obstáculo. Sin embargo, cuando el espectador conocedor de plantas se acerca a esta procesión vegetal, descubre que el inocente cargamento son hojas de coca regándose impunemente por el espacio sacro del arte. Esta obra fue el origen de una extensa reflexión sobre el comercio de la coca que Rojas continuaría posteriormente en otras obras (Go on, Nowdays, Bratata), sobre el discurso que la sataniza y la práctica que la distribuye, sobre la producción y el consumo, sobre la doble moral de los países importadores y exportadores y, en fin, sobre la guerra que alimenta, sus desastres y sus muertos. Así, en esta visión, Colombia pareciera reducirse a un incesante movimiento, desplazamiento, tráfico subterráneo, tan frenético y ciego como el que sucede en la rutilante avenida de Broadway, el símbolo del patético norte de esta planta tan sagrada como maldita.

 

La maraña vegetal de la U de A
Pero son las salas del Museo Universitario de la Universidad de Antioquia (que, precisamente, en su tercer piso alberga el Museo de Ciencias Naturales más importante de la ciudad) el ojo del huracán de esta reflexión botánica. A la entrada del Museo está como antesala una de las obras más interesantes de este primer ciclo expositivo del Encuentro. Instaladas muy humildemente, sin pretensiones ni señales, se encuentran a ras de tierra una serie de maticas en envases populares. Pero lo que pareciera una apropiación de la costumbre ancestral colombiana de sembrar plantas en tarros, cobra otra dimensión cuando, también el espectador avezado en botánica, descubre que lo que hay plantado en una caja de cereales de Corn Flakes es una mata de maíz; en un frasco de Nescafé, un cafeto; en una cajetilla de Marlboro, tabaco y, por supuesto, que de una botella de Coca-Cola emerge verde y natural una planta de coca. Así, en esta “Huerta Casera”, Milena Bonilla (artista de Armenia) reflexiona sobre el consumo, las multinacionales, la inserción de los países latinoamericanos en la economía mundial, la identidad, los tráficos globales, la transformación de los signos sociales, las migraciones, las mutaciones, los intercambios: “Lo que uno entrega no es lo que uno mismo recibe y uno paga más por lo que recibe que lo que a uno le pagan por lo que uno entrega. Es hablar de un negocio sucio”, asegura la artista. Todas ellas reflexiones políticas hechas sin grandilocuencia. En las que logra volver visibles y concretas las prácticas abstractas de la globalización. Pero también en la que le da un nuevo aire a estrategias del pop como el uso de las marcas, que aquí ya no se sacralizan ni divinizan, sino que se desnudan, desarman y politizan. Es también de destacar la delicadeza con la que se traen a escenas prácticas populares para cargarlas de nuevos sentidos, detonantes reveladores y perturbadores.

 

Pero la compleja naturaleza contemporánea sigue desplegándose al interior de las salas del Museo. Este también es el sitio en el que se despliega el proyecto “Tomaco” del español Federico Guzmán. Este artista explota desde hace algún tiempo todo el potencial mítico, antropológico pero también metafórico de la compleja naturaleza en términos contemporáneos. En este caso se basó en un emblemático episodio de Los Simpson, en el cual Homero lograba injertar el tabaco con el tomate. Guzmán que ya venía en estas investigaciones sobre la naturaleza, descubrió que era posible lograr en la realidad la fusión botánica de estas dos plantas de origen americano y lo convirtió en un proyecto artístico: “Me interesa mucho el componente simbólico, como representación cultural de la naturaleza de las plantas que cultivamos –dice-. La idea de unir, injertar, es la idea de trascender las divisiones, las dualidades. Para mí el tomate que es un jugoso alimento representa el cuerpo, y el tabaco, que es una planta tradicional y una potente droga, representa el espíritu. En su unión estamos trascendiendo la división entre cuerpo y alma, entre alimento y droga, entre enfermedad y remedio, masculino y femenino. Se trata un poco de celebrar la unidad profunda que tiene toda la naturaleza y de la cual formamos parte”. En esta lectura simbólica Guzmán hace todo un despliegue de apropiación mediática (se basa en un popular programa de televisión), pero también deja correr libremente un pensamiento asociativo que bebe en las creencias y usos populares de las plantas, mediante una lectura analógica, mágica y poética. Es una naturaleza prosaica, metida en la cotidianeidad urbana, que domesticamos pero también nos domestica, que dominamos pero que siempre se riega que tratamos de racionalizar pero que permanece indómita. Una naturaleza que siempre seguirá siendo lo otro, esa “sombra verde desconocida” de la que habla Guzmán, pero sobre la que inevitablemente se despliega nuestra cultura.

 

Y para terminar este periplo natural, está la selva particular de Alberto Baraya. Este artista bogotano desde hace algunos años viene haciendo una reflexión sobre el discurso de la botánica con su proyecto “Herbario de Plantas Artificiales”. Baraya recoge flores artificiales en las calles de las ciudades, las retrata en las peluquerías y bares, las filma en las salas de las casas de clase media, las colecciona y las clasifica, parodiando los métodos científicos. Y al hacerlo, pone en duda la objetividad científica, la neutralidad de sus herramientas, reflexiona sobre el buen y el mal gusto, sobre lo cultural y lo natural, observa comportamientos sociales, estrategias de inclusión y exclusión…. Mecanismos, a los que la botánica le ha prestado sus herramientas. En la investigación sobre este pensamiento, Baraya encontró dos álbumes del ilustrador botánico del siglo XIX, Ruperto Ferreira, en el Museo de Antioquia. Y ahora, le propone a los habitantes de Medellín que se tatúen con reproducciones de sus dibujos entre los que se encuentran “queremes”, “colombianitas”, ranas, lagartijas y toda clase de pajaritos. Estos álbumes que hoy se pueden ver en el Museo Universitario son pues un punto de partida para una reflexión sobre la naturaleza como fuente de mitos, creencias, gustos, y sus eternas relaciones de encuentros y desencuentros con los discursos culturales.

 

Esta es pues una invitación a explorar el lado salvaje del Encuentro, sus selvas contemporáneas, su botánica política, sus verdes marañas conceptuales, una zona de la que no puede prescindir el hombre actual y al que el arte contemporáneo le ofrece inéditas excursiones.

 

 

 

Portal www.m3lab.info, Encuentro Internacional Medellín 2007

 

 

Esta entrada fue publicada en Arte y etiquetada , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente.