Ilusiones facsimilares en los dibujos de mateo lópez

 

por Jaime Cerón
Las prácticas artísticas contemporáneas han reubicado los alcances conceptuales del dibujo al considerar más rigurosamente sus implicaciones culutrales y políticas y al someter a análisis crítico la concepción de imitación o descripción que se había heradado casí sin cuestionamientos desde las creencias neo clásicas. Diversos artístas han posicionado la acción de dibujar como un principio de resistencia a los supuestos modernos más estereotípicos, tales como que el dibujo sea la conciencia de un artista o que este en capacidad de expresar su “yo interior” al evidenciar su estado anímico o emocional.

 

Mateo López se ubica en este último grupo de artistas, dado que su trabajo asimila el “acumulado” histórico que el dibujo acarrea, particularmente en lo que a técnicas, procedimientos y problemáticas se refiere, pero confronta la convención cultural que le ha otorgado un valor simbólico al dibujo, al poner en jaque tanto su distancia frente al objeto representado como su aparente cercanía al sujeto que lo representa. Al recurrir al máximo nivel de minuciosidad posible en la elaboración de sus imágenes pone en suspenso la valoración de los gestos manuales involucrados, dado que las piezas parecen hechas por una máquina y al recurrir en muchos proyectos a una coincidencia de escala 1/1 con los objetos representados genera una confusión entre lo real y la ficción. Muchas veces, sus imágenes parecen un fragmento de la realidad objetiva y no una construcción artificiosa, lo que las distancia de la idea establecida de arte, lo que propicia una relación mucho más abierta y compleja con los espectadores, aunque él haya recurrido, al dispositivo más hegemónico dentro del arte del pasado: la ilusión.

 

La importancia del concepto de ilusión, dentro del trabajo de Mateo López, emergió de la manera como en el arte del pasado reemplazó culturalmente la noción de realidad, hasta el punto que hoy se suele llamar realismo al arte ilusionista. Sin embargo sus imágenes no se circunscriben de ninguna forma al terreno convencional del arte (o a la historia del arte) sino que dialogan con una cultura visual, mucho más amplia y significativa en términos ideológicos, que abarca todas las esferas del campo social y cultural. El ilusionismo, en ese orden de ideas, le permite un análisis crítico de las convenciones estéticas atadas al arte con mayúscula, así como una identificación y transformación de otros referentes culturales. En ese sentido es importante para su trabajo la extracción de imágenes desde fuentes impresas, que no solo implican un nuevo principio de mediación de la realidad objetiva, sino que involucran asuntos de diseminación y distribución de información y poder.

 

Mateo López, desnaturaliza el papel que desempeña la idea de imitación en el arte, desmontando su carácter inofensivo, dado que la une a la simulación y la mímica que problematizan la realidad o veracidad de lo real y replantean la función política de las prácticas artísticas.

 

La coincidencia de escala, presente en muchas de sus piezas, que se mencioó anteriormente, facilita la identificación entre un objeto y su representación gráfica. Cuando descubrimos que un objeto, por ejemplo un billete, es en realidad un dibujo, nos sobreviene una confusión que tiende a afectar, no solo nuestra relación con la obra, sino la comprensión y experiencia que tenemos del objeto ella alude.

 

Para que este tipo de obras funcionen significativamente, ha sido necesario articular dos tradiciones artísticas políticamente opuestas: una que asume el arte como una suplantación o anticipación de las condiciones de vida —el realismo— y otra que lo concibe como una serie de acciones e intervenciones estratégicas para que las condiciones de vida se transformen –el apropiacionismo. Estas dos corrientes, por así decirlo, podrían recibir diferentes rótulos dependiendo del discurso desde donde se nominen. Sin embargo ese ejercicio de etiquetar no nos daría muchas luces respecto a la tarea de ubicar la importancia o interés que tendría el trabajo de de Mateo López, por lo que sería más favorable intentar seguir las pistas que nos plantea: los materiales, procedimientos y gestos escogidos, como los implicados en elaborar un recipiente de kumis en lápiz y papel que simule ser real.

 

Su obra se vale de la habilidad histórica de transferir información de un contexto a otro, presente en prácticas culturales como el dibujo y la pintura, para hacer referencia al mundo objetivo. En ese sentido él esta recogiendo los insumos aportados por varios siglos de arte occidental en el camino de aprehender “lo real”. Simultáneamente se apoya en otra forma de comprensión del mundo que consiste no tanto en reproducir su apariencia como analizar y replantear su estructura, como ha ocurrido en el arte más recientemente.

 

Considerando el doble rol que juega la imitación en el trabajo de Mateo López, se podría decir que sus piezas socavan la certeza de la experiencia del mundo objetivo cuando intentan reemplazarlo con facsímiles y simulaciones.

 

En la exposición adentro y en medio, López utilizó el canal de representación artística tradicional: el taller como su objeto de análisis, al construir un facsimil de él con la ayuda del dibujo. De esta forma este espacio estaba lleno de objetos facsimilares que hacían una mímica a las herramientas asociadas a la representación mimética y por ende a este proceso como tal. Las técnicas que disimulaban la arbitrariedad de las convenciones que estructuran la imitación (perspectiva, enfoque, espacialidad, etc.) desnudan su parcialidad y artificialidad cuando se exhiben como prácticas culturales. Al encontrar que las hojas de papel rayado o cuadriculado de una libreta de dibujo, han sido a su vez dibujadas y coloreadas comenzamos a ver que esa matríz vacía que soporta neutralmente el proceso de configuración de las prácticas artísticas, el lienzo o el papel en blanco, ya posee una carga cultural y representativa. El lienzo o el papel representan una noción de arte y de mundo desde su propia existencia.

 

El taller, en la modernidad artística, se entendía como un espacio ahistórico y apolítico donde el pintor (hombre) se identificaba pulsionalmente con su modelo (mujer) para generar su proceso creativo. La creación artística se reservaba a los artistas (varones, blancos y heterosexuales) mientras que los demás sujetos debían identificarse pasivamente con sus efectos. En el caso de López el taller se desmitifica, no solo por inscribirse en el ámbito público, sino por mostrar la contingencia cultural y política que caracteriza lo que en él ocurre. El objeto que persigue su trabajo, es el propio vehículo que sostiene la representación, tanto en el arte como en el mundo, lo que produce la paradoja de que lo verdadero se revele como falso y lo falso como verdadero. Ante esa condición, los sujetos (de cualquier género) pueden explorar sus propias pulsiones y actuar creativamente desde sus intereses sin tener que asumir imaginariamente el papel que ha desempeñado el artista.

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