Cruces

 

“Entre los artistas que mas me han atraído mencionaría a Malevich por su absoluta abstracción; a Mondrian por su rigidez; a Mark Rothko por su persistencia; a Agnes Martin por su simplicidad y perfección; a Robert Ryman por su búsqueda; a James Turrel por su habilidad para hacernos ver; a Richard Tuttle por su detalle; a Robert Irwin por su percepción; a Gordon Matta-Clark por su determinación y a Jessica Stockholder por su creatividad”
Beatriz Olano

 

Por María A. Iovino

Después de que se revisaran con criticas agudas en la década del setenta los excesos de los formalismos modernos, se ha acrecentado una mirada desconfiada e incluso prejuiciosa contra las propuestas de orden perceptual, como si estas excluyeran, por carecer de retóricas o de literaturas políticas, una exposición del pensamiento. Se ha fortalecido de esta manera, una actitud que castiga la proposición primordial de las artes visuales: establecer a través de la visión, ideas o formas de pensar, prevaleciendo a cambio, en gran cantidad de oportunidades, argumentaciones reiterativas o de corto alcance, por la ingenua apreciación de un proceder intelectual implícito en ellas.

 

Se suele entonces desatender en una formulación de reordenación geométrica como la que concibe Beatriz Olano, el carácter trasgresor que ella acarrea y la confrontación que hace con lecturas de habito visual que aun permanecen, inclusive en los circuitos progresistas.

 

En esta exposición titulada “Cruces”, Beatriz Olano reproyecta sin ordenes lógicos o determinables, el espacio museal. Para ello quiebra, a partir de las mismas líneas existentes en el espacio, las lecturas ortogonales y las dirigidas, para proponer otras composiciones y otros ritmos que trazan una dislocación metódica.

 

El punto de partida en esta reinterpretación de la Sala 3 del Museo de Arte de la Universidad Nacional, ha sido la línea gris de las baldosas, que la enmarca en una confirmación de su disposición rectangular. En tanto, lo primordial de la obra se desarrolla en el piso de la sala y desde esa misma línea gris, que se involucra, en parte como dibujo y en parte como color, para contradecirla, para prolongarla en otras direcciones y para problematizar su rigidez. Esa labor de negaciones se sostiene en otras líneas de distintos grosores, longitudes, proyecciones, intenciones y colores que afectan la totalidad del espacio.

 

Además de alterar la angulacion y de interrumpir en colores fuertes el equilibrio de blancos y grises en la sala, el juego de líneas en que sostiene la alteración, afianza la estrecha y extensa longitud del lugar. Toda la proposición geométrica inicial queda destituida así por una intervención, también geométrica que se le sobrepone, en la que se reivindican otras fuerzas de proposición y equilibrio compositivo no simétrico, que admiten simultáneamente la delicadeza en el detalle mínimo, la repetición, la exageración y la redundancia.

 

Necesariamente una obra de estas características requiere del lugar porque de el es que surge su pensamiento y solo en el mismo es que cobra su sentido amplio, pero esta motivación no constriñe la inteligencia de la obra a lo eminentemente museal o a lo estrictamente abstracto o formal en términos visuales. Propuestas como la de Beatriz Olano no son abstractas o pictóricas en los términos restrictivos de los postulados artísticos de la abstracción, aunque tomen referencias de diversos recorridos en este tipo de expresiones. Los propósitos del trabajo de esta artista reconocen experiencias de construcción geométrica, pero lo hacen alentando la flexibilidad contra la ortodoxia, cuestión que se ha nutrido en el amplio espectro de la conceptualizad y de la negación de la pintura.

 

Por fuera de esos preceptos que ya tendrían fuerza suficiente para argumentar el carácter extensivo de la pintura de la artista, se encuentra el arquitectónico que es el constructivo por excelencia y aquel en el que por tradición se han trabajado, con desarrollos de envergadura, los problemas visuales tanto de concreción como la alteración. En este caso, es la arquitectura desde el espacio construido, en comunión con la comprensión de la pintura, la que imprime los derroteros de interpretación desde el inicio de la carrera de la artista.

 

La obra de Beatriz Olano nace de la necesidad de convertir en plantas el espacio construido, lo que significa que su abstracción surge primero del esfuerzo por llevar a la síntesis del plano bidimensional, la síntesis que ya conlleva la construcción espacial. Por esa misma circunstancia, el desarrollo contradictor de esa geometría que posteriormente traduce, requerirá de nuevo del espacio y del tiempo real o de lo que en términos artísticos se ha calificado como cuarta dimensión para explicar el lugar y el lapso en que se propone la instalación. En ese territorio palpable es que Beatriz Olano proyecta un pensamiento que, aunque refuta en principio un dogma constructivo, admite traslados a otras instancias como modelo de desacomodamientos y de replanteamientos.

 

El programa de modificación de espacios de Beatriz Olano se inicia a partir de los ritmos internos del referente alterado y de sus relaciones con el exterior, de manera que el primer desequilibrio parte del desajuste de sus ángulos –que a veces implica la multiplicación de las proyecciones del espacio-.

 

La trayectoria de la artista hace visible esa metodología desde los primeros dibujos geométricos realizados en el School of Visual Arts de Nueva York, obras que transcriben a plantas la alteración de espacios construidos (1994).

 

Seguidamente esos dibujos exigen un comportamiento real de lugar, razón por la que expanden su bidimensionalidad a espacios en los que se instalan (estudio de la artista, corredores de la Escuela de Artes entre 1994 y 1995), creando entre ellos las primeras articulaciones reconstructivas del trazado espacial, entre las cuales se integran diseños de sobreposición inherentes a la vida de la arquitectura como las sombras. Este planteamiento llevara en lo sucesivo a la artista a involucrar en el juego compositivo el delineado de objetos existentes en el lugar (casa de Niquía, 1996), y con estas razones, a incrementar la complejidad del dibujo y del diseño de color. Procedimiento este que ganara aun mayor complicación con la introducción de objetos provenientes de lugares diversos, los cuales rediseña también como pequeños circuitos alterados.

 

Entre esos proyectos resaltaría “Cero”, “Solo para tres” y “Sentada” (1999), en los cuales se suman a los cruces geométricos trazados en el espacio, a partir de la presencia de objetos intervenidos, expresiones de enorme fuerza decorativa e inclusive texturas de alto contraste. Cada parte de la composición esta negada en su verdad funcional y de diseño, y modificada a fin de que participe en una nueva composición en la que ella cuenta sin definición primigenia, solo como parte del dibujo con que se bosqueja un espacio contrario al inicial.

 

Paralelamente a estas intervenciones Beatriz Olano trabajo en alteraciones objétuales, fuera de la consideración de espacios arquitectónicos, como cuerpos independientes, capaces de proyectar un nuevo orden (desde su desorden constructivo) en los distintos lugares en que se instalaran. Estos objetos, en su mayoría encontrados, traducen una mirada cultural que no se detecta en la primera aproximación en un trabajo como el que propone esta artista, y por lo mismo, esas obras se establecen como referencia necesaria para ampliar las restricciones de lectura formalista que podrían afectar otros trabajos suyos, como las alteraciones espaciales.

 

Quizás el proyecto que mejor clarifica esa visión cultural es “En el comedor” (2000), compuesto por 48 platos redondos de mesa, sobre los cuales la arista forzó composiciones de geometría angular, respetando la mayoría de los casos partes de la decoración floral o lineal, para integrarlas a otro orden. Surgen de ese forcejeo compositivo metáforas de desajuste a las concepciones interceptadas del orden (en lo angular y geométrico) y del gusto decorativo, cuando se entiende la parodia que estas composiciones juntas hacen a las colecciones de platos especiales con que se decoran salas de comedor de gusto tradicional. Se estructura así una crítica amable capaz de ajustarse a cualquier área en la medida en que se mantiene en el lenguaje abstracto.

 

En trabajos posteriores Beatriz Olano retorno con otras imágenes y pretextos creativos a una simplicidad comparable a la de sus primeras instalaciones, con obras que contradecían, inclinaban o quebraban órdenes reticulares. Esas intervenciones afectaron lo establecido en el espacio a través de la alteración decidida de detalles, que aunque parecían imperceptibles, se lograban descubrir como los más significativos EAFIT (2001).

 

En esta exposición la artista vuelve de otra manera al barroquismo geométrico que conocieron sus trabajos de finales de los años 90, en los que intricaba redes complejas creadas por las direccionalidades que generaba en el espacio. No obstante, en esta oportunidad desarrolla el concepto sin objetos y sin masas de color, con el apoyo exclusivo del trazado lineal.

 

Cruces. Sala 3 del Museo de Arte de la Universidad Nacional. 2002.

 

 

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