La impronta de los universos cotidianos

 


Por: Oswaldo Osorio
El punto de partida de la obra de esta artista siempre ha sido el video, tanto en su iniciación en el arte como en su predilección como medio para materializar las ideas que quiere expresar con su trabajo. A lo largo de su carrera, en la cual ha incursionado en diversas formas artísticas relacionadas con el video, se puede vislumbrar un universo particular definido por unas constantes temáticas, así como su elaboración y tratamiento con el medio electrónico. Se dice que todo artista siempre está haciendo la misma obra y en el caso de Ana Claudia Múnera es evidente esa recurrencia sobre los mismos problemas e intereses, esa insistencia en ciertos tópicos, pero sin que necesariamente esto signifique que es una obra repetitiva, sino que más bien es una obra que se define por unas ideas, objetos e imágenes que han ido evolucionado con el tiempo, que han ido ganado en complejidad y en factura. El arte y el video son los medios que esta artista ha utilizado para darle vueltas a ese conjunto de elementos comunes, para explorarlos y conocerlos. Esa exploración también se extiende al medio que utiliza, y de esta manera ha conseguido cada vez nuevas transformaciones y puntos de vista, e incluso nuevos temas a los que la han conducido los anteriores.

 

Sus primeras obras son videos monocanal. El primero de ellos, Morado (1990) (ver video 20), fue realizado como tesis de grado de sus estudios en artes plásticas en la Universidad Nacional y, además, con este video obtuvo el primer premio en la III Bienal Internacional de Video del Museo de Arte Moderno de Medellín. Estos primeros trabajos tienen unos rasgos comunes que los definen e identifican entre sí. Son videos en los que se evidencia una búsqueda y exploración del medio electrónico y en los que no hay demasiada elaboración técnica. Incluso algunos de ellos no tienen música original y el manejo del sonido es muy básico, pues maneja pocos elementos y no utiliza demasiados efectos. Igual ocurre con la imagen, a excepción de un video titulado Piel Pisada (1992), que juega con las posibilidades que ofrece el chroma-key para crear texturas, así como para recurrir a la superposición de espacios e imágenes y construir una suerte de collage electrónico, todo esto en función del tema de la conquista de América por los españoles. Sus demás trabajos, en cambio, son muy artesanales, pues apelan a un minimalismo en el uso de los recursos técnicos y visuales. La mayoría de ellos parten en esencia del registro con la cámara y del montaje de las imágenes usando sólo unos efectos básicos como el corte, la disolvencia y las superposiciones. Aunque también la puesta en escena cumple un papel primordial en algunos, y en este sentido se puede ver uno de esos rasgos distintivos, pues en los videos de Ana Claudia Múnera siempre hay un personaje al que le ocurren cosas y que está interactuando con un espacio y con otras imágenes. Ese espacio puede ser el ambiente predeterminado y reconocible de una fábrica siderúrgica, como en Fire, el sinfín blanco de un estudio, como en Morado, o distintos espacios urbanos como en Latir longitud, este último una interesante exploración y reflexión sobre la identidad personal y su relación con el mundo a partir de una serie de datos, números y medidas que cobran todo el sentido en esta obra (ver video 21). En los dos primeros, además, juega un papel importante el manejo de la luz, puesto que es intencionado y contribuye a constituir esos ambientes y a desarrollar la idea que la obra se propone. En especial en Morado, adicionalmente de la puesta en escena y las imágenes que son superpuestas en un sencillo chroma, la luz se convierte en una fuente más de crear formas, en un leitmotiv del video con su delimitación del espacio, creación de movimiento y juegos con el alto contraste De manera que en estos videos no hay una utilización de la avanzada tecnología disponible, como era la tendencia en esta época, (principios de la década del noventa) sino que sus recursos son los básicos del lenguaje audiovisual, como lo hicieron los pioneros del video arte e, incluso, como preferentemente se está haciendo en los últimos años.

 

Aunque los videos monocanal de Ana Claudia Múnera no fueron los que la posicionaron en el panorama artístico del país, sí fueron fundamentales en la evolución de su obra, pues en ellos se ve, por un lado, el origen de algunos de esos temas que aparecerán constantemente en su obra posterior, y por otro, se constituyen en lo que podría llamarse una primera fase de su exploración del universo del video y todas sus posibilidades, y además, se instituye en el elemento alrededor del cual se articulan otras formas expresivas que fue adhiriendo a su propuesta, como la escultura y la instalación. En cuanto al primer aspecto, las líneas temáticas, en los videos iniciales de esta artista ese personaje central está confrontado y complementado con ciertas imágenes que remiten a unos tópicos que se pueden rastrear en gran parte de su obra, en especial la identidad y memoria de la artista, los niños, la nostalgia por la infancia, el juego, la condición femenina, la familia y la guerra. Todos estos temas irán adquiriendo una complejidad al paso de cada nueva obra, creando nuevos sentidos y relacionándose intrínsecamente entre sí, porque en el fondo han sido originados y son unidos por la experiencia personal y vivencias de la artista, por su visión del mundo y su mirada hacia dos universos principalmente que coinciden en el tiempo: la infancia y el hogar.

 

La predilección por el video en el desarrollo de la obra de Ana Claudia Múnera, según ella misma afirma, es la respuesta a la pregunta sobre qué medio le parecía más adecuado para materializar las ideas que planteaba y desarrollar su concepción del arte. Pero es importante aclarar que esta respuesta no obedece a una decisión predeterminada sobre esa predilección por el video, pues en algunas obras, como Ronda, por ejemplo, no vio necesaria la utilización del video. De manera que su transición del video monocanal a la video escultura y a la video instalación en gran medida ha sido exigida por las ideas que se proponía desarrollar, pues según sus palabras, “sintió la necesidad de acompañar al video con otras cosas adicionales, porque el televisor es un elemento muy duro, como una caja, es muy cerrado en su forma. Necesitaba, entonces, que hubiera elementos externos que apoyaran el video.” Y efectivamente, sus obras se fueron saliendo de los límites de la pantalla del monitor, tanto la imagen cuando es proyectada en una video instalación, o la materialidad de la obra cuando construye y dispone objetos, así como el nuevo espacio que generan esos objetos y esas imágenes proyectadas.

 

Algunas de sus obras más interesantes son video esculturas, incluso se evidencia cierta preferencia por esta forma expresiva, la cual tiene que ver con la intención de “convertir una serie de elementos en un objeto cerrado en sí mismo. Es un reto –afirma ella-, una búsqueda de poder concretar en un objeto una idea.” Dos temas, especialmente, están presentes en estos objetos, ya como video esculturas o como parte de una video instalación: la infancia y el oficio de coser. De ellos se desprenden una serie de elementos y de conceptos que no están exentos de relacionarse entre sí y crear un universo todavía más rico y complejo que tiene que ver con el juego, el hogar, la cotidianidad y la mujer en relación con sus oficios y la maternidad, además, todo ello está cruzado por las experiencias personales de la artista. El primero de estos temas, la infancia, se desarrolla con plena fuerza y creatividad en una serie de obras que realizara a mediados de la década del noventa: Mesita, Mataculín, Columpio y Caja de canicas (ver imágenes 10, 11, 12 y 13). En estas cuatro obras hay una inspiración directa de la infancia, el juego y el goce infantil. En ellas el resistente y sólido metal se conjuga con la vulnerabilidad de la pantalla del monitor y la fugacidad de las imágenes del video, así como por el acompañamiento del sonido, que si bien no tiene la fuerte presencia de los otros dos elementos, los potencia y refuerza su sentido. Se trata, pues, de estructuras transformadas por la forma en que fueron replicadas, por su reubicación en el espacio de una galería, por los elementos adicionales que le fueron incorporados (pequeños zapatos de hierro en las patas de la mesa, tela, arena, etc.) y por la presencia del video, el cual remite a los objetos reales pero por medio de esa otra realidad que es la imagen videográfica, puesto que las imágenes que se ven en los monitores son un registro de unos niños jugando con aquellos objetos en su locación real: montando en columpio y mataculín o jugando con pequeñas bolas de cristal en la tierra. Estas imágenes son mostradas de manera fragmentada y en cámara lenta, lo que obliga al espectador a detenerse y reflexionar en ese universo del juego y la infancia en relación con aquellos objetos emplazados en un espacio diferente:

 

 El espacio es un interlocutor activo de sus propuestas, pues es el medio en el que con fluyen todos los elementos. El sonido tiene un papel incidental, modificando la imagen y el entorno general de la obra. La imagen es seleccionada de hechos cotidianos, pero está magnificada por cuidadosas ediciones, y los objetos, particularmente los monitores tienen un papel que va más allá de ser medios, desempeñando funciones significativas por sí mismos. (…) Este aspecto del juego es refinado por dos componentes que hacen entrar la otra obra en profundidad: el juego es de niños, se refiere a la infancia, y de otro lado, es un trabajo de arte que representa un juego, creando un juego, creando múltiples evocaciones, pues si pensamos que “play” es juego y al mismo tiempo representación, entonces la obra no se representa sino que se “juega”.

 

Por esta misma línea hay otra video escultura muy llamativa y bien lograda realizada por esta artista, se trata de Cuna (ver imagen 14), una pieza elaborada con metal y que reproduce de manera muy primaria y simétrica una cuna, que en lugar de colchón, tiene un monitor en el que se pueden apreciar unas imágenes en blanco y negro de unos niños retozando en una cama, pero que son mostrados por la cámara de manera fragmentada y centrándose en detalles muy pequeños del cuerpo (pies, orejas, lunares…). El sonido de esta video escultura es consecuente con el manejo que habitualmente le da Ana Claudia Múnera a este aspecto: simple, minimalista y con una estrecha relación con el universo infantil. En este caso se trata de ese arrullo que se hace con un sonido que no necesita palabras ni separar los labios. Éste es el mejor ejemplo de lo que la artista consigue un ese manejo tan básico del sonido, pues aquí se puede ver la fuerza que pueden contener unos pocos elementos, en este caso ese arrullo, que reitera incesantemente las mismas escasas diez notas pero que adquiere tanto o más significado que el título de la obra, que el objeto y las imágenes del monitor, porque inmediatamente conecta con el tema de la niñez, la maternidad, el hogar y la nostalgia de la infancia.

 

El otro gran tema, el oficio de coser, está determinado, en principio, por el objeto mismo de la máquina de coser, el cual es utilizado insistentemente en varias de sus obras: Ronda, Matriz y Máquina, por ejemplo (ver imágenes 15, 16 y 17). Aunque también ese objeto y oficio están presentes en las imágenes de video, como ocurre en Vestido de novia (ver imagen 18), “una elegante y sutil instalación con dos monitores subrayando la paciencia, dedicación y precisión del bordado como oficio. El tul en doble cola se desprende de los televisores, invadiendo y ambientando las manos hacendosas que las pantallas señalan.” Este tema tiene mucha relación con las vivencias de la artista, quien proviene de una familia numerosa en la que su madre y sus tías cosían. Por eso tiene una particular concepción de éste y otros oficios manuales, pues además de ser algo que evoca su hogar y su familia y que le parece bello, también tiene relevancia para ella el tiempo que implica invertirse en esas labores, es decir, una relación del tiempo como si se pudiera medir a través de la costura. Si se tiene la medida de los segundos -afirma esta artista- es como si se pudiera también tener la medida de las puntadas. Entonces en estas obras hay una exploración del tiempo y la mujer, una reflexión sobre esas labores que son otra forma de medir y de contar con unidades que, podría decirse, no son segundos, sino puntadas. Estas obras están “respaldadas por la entrañable presencia del coser, bordar, tejer, son inevitablemente lorquianas, con esa rara poética que la contemporaneidad y sus medios más aguzados pueden entregar a la sensibilidad actual.”

 

Si bien estos universos cotidianos y personales son la impronta de la obra de Ana Claudia Múnera, como ocurre con muchos artistas, no se puede desligar por completo del contexto social y político en que vive. Algunas de sus obras hacen referencia a la guerra, a la violencia y la injusticia social. En Morado, las imágenes con que interactúa el personaje central tienen que ver en con el caos y la destrucción producida por el hombre en sus confrontaciones. De la misma forma, en Ruanda, consigue confrontar este tipo de temas con sus tópicos habituales, pues las imágenes sacadas de una revista sobre pobreza y violencia son recontextualizadas, comentadas y confrontadas con imágenes cotidianas y personales (sus pies, el baño de su casa…) y con juguetes. Al referirse a estos temas, esta artista afirma que “son tan evidentes y tan fuertes que es muy difícil transformarlos. Pero hay que hacerlo para que no queden tal cual, como en los medios de comunicación.” En este sentido, en su obra está presente esa idea del arte como una forma de comentar la realidad y reflexionar sobre ella, transformándola e interpretándola, llamando la atención sobre ciertos detalles o en distintos puntos de vista, para que en estos tiempos, dominados y definidos por el conocimiento del mundo a partir de la imagen, no sea sólo potestad de la esquemática y edulcorada institucionalidad de los medios masivos de comunicación la única visión e interpretación que se tiene del mundo y las imágenes que constantemente se están desprendiendo de él: “La imagen visual capturada, alterada o dimensionada para generar símbolos puntuales ha sido el objetivo peculiar de la obra de Ana Claudia Múnera (…) Su obra invocó los oficios y rigores cotidianos, sin descartar la mirada aguda, casi crítica de sus propuestas con fuerte carga simbólica.” Esos símbolos son de una contundencia y efectividad evidente, y aunque apelan a lo conocido, a lo cotidiano, su efecto en el espectador y las relaciones y evocaciones que lo obligan a efectuar, no tienen nada de ordinarias.

 

Ana Claudia Múnera inició su carrera artística con gran ímpetu, y eso se puede comprobar con su presencia en salones regionales y nacionales, exposiciones individuales y colectivas dentro y fuera del país, así como por la cantidad de reconocimientos que obtuvo, entre los que se destacan el primer premio en la III Bienal Internacional de Video del Museo de Arte Moderno de Medellín, el primer premio en la IV Bienal de Arte de Bogotá, una beca de creación individual en artes visuales otorgada por Colcultura en 1994, el primer premio en el VIII Salón Regional de Artistas Zona Antioquia y el Premio Nacional de Artes Visuales otorgado por la Universidad del Valle en 1997. Pero a partir de este último año ese ímpetu e intensidad disminuyen, entre otras cosas, por la dificultad que comporta el medio videográfico en relación con la producción de las obras. Pero esto no significa que ha disminuido también su labor creativa, únicamente que los proyectos se presentan más espaciados en el tiempo y, necesariamente, esto ha implicado que haya en ellos una mayor elaboración y madurez. Su último trabajo, por ejemplo, Andares (2006), seleccionado para la muestra “Libro de Ideas” que hizo parte del Hay Festival realizado en Cartagena de Indias, es una obra en la que ya hay una síntesis de muchos de esos elementos, tanto temáticos como técnicos y formales, que han estado presentes a los largo de su carrera: performance, proyección de video, creación y utilización del espacio arquitectónico, sonido, imágenes de la ciudad, los niños, el juego y el oficio de coser. “Frente a sus obras, el espectador queda suspendido en un ambiente que mezcla en secretas dosis: agitación, asombro, devoción e impresión. Esto es ampliado, además, por un sistema expresivo de gran complejidad que también relaciona elementos fundamentales como espacio, sonido, imagen y objetos.”

 

 

 

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