Sol Astrid Giraldo habla sobre la visita de un artista invitado al Encuentro de arte.
De Colombia sabía muy poco (lo habitual, la guerra, el peligro, etc). Y no tenía ni idea de que había una ciudad en el mapa que se llamaba Medellín. Una invitación por correo electrónico lo puso en esta exótica vía. Y aunque tiene varios proyectos en curso (en Japón, Inglaterra, Alemania y otros países más) decidió participar en el Encuentro Internacional Medellín 2007.
Un nombre que Tatzu Nishi, un japonés con 20 años en Alemania, no es capaz de repetir, pero que tomó como un pasaporte a América Latina, esa lejana región del mundo que quería conocer. Y aquí llegó sin mucho equipaje: una camisa con loros, una cámara, una bolsita de plástico con algunos catálogos de sus conocidísimos trabajo en Europa y una sonrisa a prueba de los trancones del centro, del sol inclemente del Parque Berrío y de los recorridos de 12 horas por la ciudad.
Desde que se bajó del avión, Tatzu Nishi no dejó de mirar para arriba. Primero, porque estaba fascinado con el azul del cielo (aunque también le encantó el verde de la variedad que no podía creer de palmas de la ciudad). Segundo, porque la mayor parte de su trabajo artístico tiene que ver con las alturas.
Tatzu interviene monumentos públicos creándoles alrededor recintos privados: a la estatua de la reina Victoria de Liverpool la hizo huésped de honor de una habitación de hotel construida a su medida, el ángel de una catedral gótica se convirtió en el adorno discreto de la mesita de té de una sala en las alturas, un Cristo monumental, por su parte, terminó con los pies descalzos sobre una cama…
¿La razón? No puede explicarla muy bien. Cuando llegó a Europa, le sorprendieron esos monumentos graves, solemnes, pétreos, con su afán de trascendencia. Allí estaban, regados por su geografía e historia desde los tiempos de la estatua ecuestre de Marco Antonio en la Roma Imperial gritándole al mundo su sed de eternidad. Al pertenecer Tatzu a una cultura oriental, que no maneja este tipo de simbología civil ni religiosa, los pudo mirar con ojos nuevos.
Los vio a pesar de su pompa, insólitos, inermes, indefensos, mudos, solos. Y empezó a reinsertarlos en los rotos mapas urbanos con instalaciones que obligan a una nueva lectura desacralizadora, juguetona aunque nunca irrespetuosa. En ella, estos monumentos se vuelven protagonistas de otro libreto distinto al original con el que fueron creados. Abandonan la calle para la que fueron concebidos y se convierten en domésticos habitantes de cálidas habitaciones, en la que el espectador puede mirarlos por primera vez de tú a tú, en un libreto que en todos los casos es él quien termina por completar.
La reacción de sus centenares de espectadores (sus obras siempre convocan a un público masivo) suele ser de sorpresa y de interés. "No me interesa el arte para especialistas- dice Tatzu-. Quiero que le llegue a la gente y por eso hago lo que hago". Tampoco le interesa mucho la autoría y la reta al cambiarse cada dos años de nombre. "Mi nombre original en japonés no lo entienden en Occidente. Por eso me puse cualquiera. Y al tener cualquier nombre tampoco importa que me lo cambie cada dos años".
En la actualidad esta transformación de su nombre se ha convertido en parte de su proyecto artístico, en una vía muy acorde con el interés contemporáneo por cuestionar la autoría de la obra de arte. La búsqueda del sitio ideal para desarrollar su proyecto en Medellín fue a fondo.
Durante siete días exploró a varios metros del suelo estatuas de vírgenes, cristos, próceres, torres de energía y, sobre todo, cruces en las alturas de iglesias, pedestales, campanarios, cúpulas. Varios de ellos se convirtieron en sus objetos de deseo y los atrapó en fotos de composición clásica: la Iglesia de Jesús Nazareno con su Cristo de brazos abiertos acariciada por los rayos de luz de la cinco de la tarde, la extraña portada con gárgolas de la iglesia del Hospital San Vicente de Paúl, la sólida Iglesia de Barrio Triste, la discreta de La Veracruz, la monumental del Parque San Antonio, le dio varias vueltas a "El Libertador" en su caballo galopante por el Parque Bolívar.
Estas fotos serán el punto de partida de su proyecto en Medellín… aunque ni siquiera él sabe muy bien qué hará, ni dónde lo hará o por qué lo hará. En la elección de sus temas juega siempre una especie de flechazo de Cupido, de intuición, de enamoramiento, que no tiene que ver con lecturas políticas, sociológicas o religiosas, aunque después no faltará el crítico que las haga.
De regreso a Alemania está revisando sus fotografías, organizando sus ideas, cuadrando el presupuesto y dejándose definitivamente seducir por alguno de estos monumentos que nos devolverá intacto, como si nunca antes lo hubiéramos visto. Y que nos ayudará a recomponer nuestro propio y a veces maltrecho mapa urbano, cruzado por el olvido, la ignorancia y la indiferencia del punto del planeta que habitamos.
suyo será uno de los tantos proyectos, entre los más de 80 que se realizarán durante el Encuentro Internacional Medellín 07, que restablecerán los lazos con una ciudad que de tanto ver se ha vuelto invisible.
Pero este año será imposible no verla con los centenares de preguntas y provocaciones que las obras contemporáneas de artistas como Tatzu nos harán por los cuatro puntos cardinales de Medellín.
Periódico El Colombiano, suplemento Generación, Medellín, 7 de enero de 2007