Una apuesta ambiciosa con balance positivo
Por Catalina Gómez y Eduardo Arias
Cuando el arte se confunde con la vida cotidiana, cuando se sale del museo para compartir la calle con el peatón, con el vendedor ambulante, con la fachada, suceden muchas cosas que no es fácil evaluar en el corto plazo; menos en una ciudad tan grande y dispersa, tan ajena en su estructura al típico escenario urbano cultural como Venecia, Spoleto, Salzburgo o Cartagena de Indias.
La apuesta ha sido ambiciosa, atrevida, en muchos casos incierta, pero cinco meses después el balance es positivo. Poco a poco los habitantes de la ciudad se han enterado de los posibles significados de un evento que no sólo saca el arte de los recintos propios de la academia sino que, a su vez, le dice a la gente que el arte es un concepto mucho más amplio, controvertible y discutible que las esculturas y las pinturas que, al menos en teoría, se hacen para que perduren en el tiempo y se hagan inmutables.
Es así como los habitantes de Medellín han sido testigos de cómo en el arte hay procesos, han sido testigos de cómo esos artistas que vieron a principio de año caminar sin rumbo por las calles o por sus barrios, preguntando cosas y observando todo, terminaron por crear obras que han transformado la ciudad, o por lo menos algunos sectores de ella. No dejará de ser conmovedor ver cómo los habitantes de barrio Triste, donde está ubicada la iglesia del Sagrado Corazón que el artista japonés Tatzu Nishi decidió intervenir, le agradecen por haberse acordado de ellos. Deben ser estos habitantes los primeros sorprendidos al ver cómo ese japonés flaco y sonriente que no hablaba una gota de español terminó por crear un cuarto en las alturas que tiene como protagonista la cruz que protege la iglesia. Y ellos podían subir hasta allí, podían acceder al arte. Este encuentro ha sido un aprendizaje para todos. Para los habitantes de Medellín, que con los meses han ido entendiendo la lógica de un evento que al comienzo parecía tan complicado. Lo que empezó en febrero con una serie de conferencias y encuentros alrededor del arte terminó convertido en una especie de pulpo con muchas manos. Con el tiempo los espacios expositivos de la ciudad se fueron poblando con toda clase de muestras, en los diferentes barrios aparecían músicos que daban conciertos gratis, y las pantallas de algunas salas de cine mostraban películas que hablaban de hospitalidad y hostilidad, el tema alrededor del cual giraba del encuentro. También fueron testigos de cómo esa casa al frente del Museo de Antioquia sí se convirtió en la casa del Encuentro, con salas, material bibliográfico para consultar y hasta una obra en forma de lugar para tomar cerveza. El artista mexicano Héctor Zamora decidió hacer un bar que conectara la casa con la calle por donde transitan las putas, los oficinistas, los indigentes…
Una de las cosas más interesantes de este encuentro es que todo estaba permitido. La mentalidad de los organizadores fue la de que todo se puede hacer. Y todo se hizo. Los habitantes de Medellín lo han agradecido, sobre todo los jóvenes que no han dejado de acompañar las actividades. Es cierto que el hecho de que sea tan largo hace que haya picos donde la asistencia de público sea mayor, pero en ningún momento los eventos han estado vacíos. La duración del encuentro, seis meses, ha sido uno de los aspectos a analizar para las próximas versiones. La gente se distrae al pasar e tiempo y para la prensa es difícil mantener el foco en todo lo que sucede. Este es un país donde cada vez la actividad cultural es más movida. Otro aspecto para mejorar será la coordinación con los diferentes centros de exposición para que abran los fines de semana y no pase como en esta ocasión, que muchos visitantes de fuera de Medellín se quedaron sin ver obras importantes porque los espacios estaban cerrados. Pequeños lunares negros para un evento que pasó el examen con una puntuación ideal.
Revista Arteria, Bogotá, Año 2 # 10. Junio – Julio 2007, página 16