Por Ángela Patricia Escobar
Para María Angélica Medina el arte viaja a través de sus agujas, por eso empezó a tejer unas inmensas mantas de 40 metros con la idea de que no tuvieran ninguna funcionalidad. En principio, en los años 80as, nadie aceptó su propuesta artística porque su idea era ir de un lugar a otro tejiendo con total libertad y para ese entonces existía la limitante de que el objeto tenía que ser fijo, un objeto resuelto, y ella estaba en contra de todo esto porque como explica: “yo detesto que me digan qué tengo que hacer, cómo tiene que ser y en qué debo creer. Yo voy en contra de cualquier cosa que me diga que es por ahí, yo miro y cuestiono.”
El coser siempre ha sido una actividad hermética para la artista, desde siempre se ha hecho su propia ropa sin diseño comercial y ésta ha sido además una forma de proponer un acercamiento al arte a través de la visión femenina. Cuando llegó a las aulas a enseñar arte empezó a hacer una tira larga de tejido, un poco para mostrarle a sus alumnos qué era trabajar, y resolvió que lo que tenía que encontrar era un medio que sirviera para que cualquiera pudiera solucionar a su modo el problema del vestido, una especie de vestido virtual ajustable a cualquiera. “Yo me puse en los zapatos de la gente, como yo cuestiono todo asumo que los demás también, entonces yo quise hacer algo que sirviera para cualquiera, que cualquiera se lo pudiera poner, hacerse el vestido virtual como quisiera, que tuvieran la oportunidad de decidir qué hacer,” manifiesta Medina.
En 1990 después de un viaje a Europa quedó fascinada con las instalaciones que se estaban proponiendo en el arte y decidió que ya era hora de sacar su rollo de tejido, un trabajo que realizaba pacientemente en su casa en las visitas semanales que le hacían sus alumnos luego de que la echaron de Universidad de los Andes, porque les pidió que no se dejaran manosear por la Universidad y que no creyeran en nada. A la artista no le interesa la filosofía de nadie, sino que propone que cada uno se fabrique la suya para poder conversar y compartir, si se tiene la misma filosofía se monologa el uno con el otro y no se conversa nada, de ahí que no le interesara seguir la filosofía de la Universidad.
Así fue que en 1992 realizó su primera instalación en un salón regional, allí mientras continuaba tejiendo llegó una crítica de arte amiga suya, se sentó a su lado y le expresó su preocupación por estar sin empleada de servicio, en éste momento entendió María Angélica que su obra creaba un espacio completamente doméstico en la galería y que la relación con la obra de arte cambiaba para convertirse en un espacio aislado y si se quiere, cercano con el espectador.
Como artista no le interesa nada que no sea ambiguo y el medio artístico siempre le ha exigido concretar su propuesta, pero a ella no le interesa encajar con los parámetros establecidos, la obra que muestra ahora en el Encuentro Internacional Medellín 2007 viene de presentarse en la 7ª Bienal de La Habana con el título de También tejo bufandas de seda.
Pero en ese ir tejiendo entre sala y sala, en un performance continuo, se ha encontrado con anécdotas como la de la señora que la regañó porque ella debía llevar la obra terminada a la exposición y no ir a hacerla en la misma, o el crítico internacional que le preguntó si esto no era una terapia en vez de arte, a lo que la artista respondió que era una terapia para él que había pagado por entrar a verla y las terapias se pagan.
En la galería de Suramericana donde expone actualmente en el marco del MDE07 le propusieron hacer obra social, “arme un grupo de gente, de señoras que tenemos necesidad de contar nuestras historias, nuestros pesares y nuestras tragedias,” fue entonces cuando entendió qué era lo que se hacía en los costureros, Para ella el tejido es un trabajo automático y al ser automático libera y da oportunidad de reflexionar sobre el diario vivir, su obra es un proceso en continua construcción donde el tejido mismo pierde su valor de uso para convertirse en una crítica a la sociedad de consumo donde cada acto debe tener una finalidad y cada producto un uso.
En la obra de María Angélica Medina no hay nada establecido, siempre juega con la ambigüedad, con la necesidad de liberarse de las funciones establecidas por la sociedad capitalista, la necesidad de salirse de los parámetros señalados, de ahí que su tejido no sea funcional y que haya realizado obras que se construyen y cambian según el paso del tiempo. Ella también le apuesta al tema de la identidad a la idea de encontrar en el tejido las raíces de lo indígena y del campo donde le tocó crecer y juega un poco con la idea de dejar una impronta en el espectador de su obra, una impronta que la inmortalice..
En este tejer interminable en principio cuando los niños iban a su casa en busca de sus enseñanzas María Angélica compartía el té con roscón y queso mientras seguía enseñando a una generación que marcó con su pensamiento, ahora doce años después sus alumnos ya crecieron y se independizaron, por eso al caer de la tarde reflexiona sobre el tema del arte mientras teje y toma el té con Antonio Caro.