Por María Inés Rodríguez, Lisboa 2006.
Curadora
Entrelazando regularmente fibras, María Angélica Medina ha ido afirmando durante los últimos 30 años lo que será su lenguaje plástico: el tejido. Desde sus inicios la obra ha estado determinada por la firme convicción de que la creación es la respuesta a una búsqueda que genera a su vez una actitud frente a la vida. Las manos y las agujas son los instrumentos que le permitirán materializar las ideas a través del tejido. Un hilo conductor, una sucesión de nudos, que de acuerdo al momento y la necesidad han revestido formas diversas que van desde el traje cotidiano hasta la cortina o la interminable bufanda sintética sin otra utilidad aparente que la de generar discusión.
Las primeras obras fueron los vestidos en lana virgen, asumidos como objetos utilitarios y a su vez como acción artística. Estos hacen parte de un complejo proceso de búsqueda y creación de una imagen y de la urgencia por inscribirla en el espacio social. Las cortinas aparecen en un momento en el que vestir la casa se hace necesario, la lana virgen que representaba un contexto, un oficio y una generación, es reemplazada por fibras plásticas de colores brillantes. Los grandes ventanales son cubiertos con extensiones de tejido que pretenden llamar la atención de los pasantes durante unos minutos, obligándolos a detenerse y observar, actúan como filtros del interior hacia el exterior y viceversa. Esta intervención se sitúa en la frontera que separa el espacio doméstico privado del espacio público, la cortina como piel que cubre hacia dentro como hacia afuera. Superficies de color que van cambiando de acuerdo a la actualidad del país consiguiendo interpelar al espectador ocasional.
Al ser consciente de que todo su trabajo se refiere al tejido como lenguaje, la problemática de la utilidad pasa a un segundo plano para dar cabida a la construcción de un objeto ambiguo, en constante movimiento y evolución: una tira de plástico blanco que ha sido tejida sin interrupción durante los últimos 18 años. Esta obra llamada Pieza de Conversación permitió que la artista se confrontara con el público, ya no a través de la intervención en una fachada de un edificio o con su propia imagen, sino directamente a través del acto mismo de tejer en público. Esta pieza ocurría en dos tiempos, uno de constante y obsesivo trabajo cotidiano solitario y otro de exposición al público en una tentativa para dirigirse al otro. Con este fin Medina creó un dispositivo que incluía el tejido, un gran rollo blanco de plástico, una plataforma de madera que delimitaba su espacio y dos sillas, una para ella y otra libre para el espectador que quisiera acercarse a compartir su discurso con la artista.
Hoy la pieza de conversación se convierte en un objeto que « referencia ese tiempo y discurrir de personas, ideas y palabras » como señala Medina. Al ser desenrollada la obra deja ver su magnitud, sus reales dimensiones, convirtiéndose en un inmenso río blanco que lo cubre todo.