En la renovada galería bogotana y en la Casa Republicana de la BLAA se podrán apreciar desde hoy las muestras ‘Le Parc antes y después de Lumière’ y ‘Julio Le Parc: luz en movimiento’.
El maestro argentino tiene claro lo que para él ha sido el arte. Con casi 80 años, es parte de un grupo que encontró en el movimiento y la óptica su forma de expresión.
Por hacer su obra, que fue de vanguardia, pagó el precio. Para su primera exposición individual debió esperar diez años después de su llegada a Francia. Fue en 1968 cuando ganó la Bienal de Venecia.
Arte para todos
"Para mí -dice Le Parc- ser artista significaba, en esa época, trabajar todo el día. Sabía qué quería hacer pero no cuánto podía dar. Fueron tiempos de reflexión, discusión y confrontación. Pensaba que los grandes también habían sido jóvenes. Creía que con algo de obstinación y un poco de audacia podíamos lograr cosas y lo hicimos".
Mientras otros vendían con estilos de moda, él fundó el Grupo de Investigación de Arte Visual. Con sus amigos, trabajaba en un taller de mecánica que convirtió en estudio y entre todos lograron experimentos novedosos con la luz, el color y la óptica.
Luego hizo esculturas movidas por pequeños motores. Un arte que, según el crítico Eduardo Serrano, "se comunica directamente con el público y es, incluso, divertido".
En 1968 el mundo estaba en ebullición y Le Parc y su grupo no querían quedarse atrás: "Queríamos desmontar el sistema artístico y darle una función social al arte, pero no mostrando miseria. Decíamos: ¿Basta de cuentos en el arte. Que sea lo más simple posible y que el espectador se involucre en él cada vez más¿".
Le Parc no ha cambiado: "En el arte contemporáneo hay situaciones absurdas. Lo que ves en una obra es lo que hay, pero si hay que llenar la cabeza del espectador con explicaciones para que crea que un montón de tierra no es eso sino otra cosa, es una estupidez, me aburro. Si es un arte directo, está bien", dice.
Para él, hay cosas que siguen mal, como el mercado del arte. "Debe existir, pero la sociedad se subordina a él. Antes había crítica que ayudaba a nuevas propuestas. Ahora el que tiene más dinero compra obras hasta que forma un museo, y su gusto y el de sus consejeros se vuelve universal", opina.
Según eso -se queja- el que vende es bueno y el que no, malo. "No es posible que la gente intervenga en el arte. Solo los que tienen dinero. Hay genios inflados. Warhol, por ejemplo, está hasta en la sopa. Su obra puede tener valor, ¿pero más que otros artistas de Europa o Latinoamérica? Es artificialmente inflada", dice.
Por eso, fiel a sus principios, propone cómo ver sus obras: "Que la gente vaya libre, sin condicionamientos. Se reacciona mejor sin preocupaciones o teorías".
BLAA: 343-12 12. LA COMETA: 601-9494.
DIEGO GUERRERO
Periódico El Tiempo, Bogotá, 26 de Julio de 2007