MDE O7: la ciudad, el ciudadano, el lugar, la respuesta del artista, el reto del arte

 

 

Encuentro Internacional 2007

 

Cuando estamos en el centro mismo del evento MDE 07 han transcurrido casi 15 años desde la celebración de la última Bienal de Arte, una Bienal de “Cuadros”, de “Obras de Arte” donde la presencia de Nelly Richards pasó casi inadvertida pero dejó una lección crítica que de algún modo se recoge hoy. Vivía la sociedad chilena la dura represión de la dictadura militar y un grupo de artistas encabezados por Eugenio Dittborn planteaba de manera inteligente y certera una denuncia sobre lo que esta represión suponía.

 

Darío Ruiz Gómez

Para ello habían replanteado semánticamente un lenguaje tradicional y buscado la eficacia de otras imágenes más, repito, certeras para hacer entender, más allá de la simple denuncia política lo que suponía la tortura, el pánico, etc. Es lo que Alfredo Jaar supo llevar adelante mediante un lenguaje visual donde la denuncia de la agresión al ser humano, matanzas de inocentes estaba pertrechado en imágenes donde el sentimiento de dolor, de indignación tenía como soporte unas imágenes inolvidables.

 

Porque la denuncia en manos de “Realistas Sociales” había sido conducida a la nulidad y por otro lado el proceso hacia la consolidación de las experiencias fructíferas del ensamblaje, de lo conceptual, de las instalaciones, o sea de una reconsideración necesaria de las imágenes –aquello que algunos críticos llamaron “Deconstrucción”- supuso algo imprescindible.

 

El poder adentrarse en los nuevos contenidos, el tema urbano, por ejemplo, la ciudad convertida en un shopping center, la conversión del objeto en basura de consumo, la destrucción de los significados de la casa. Pero sobre todo la imposición de una centralidad totalitaria que excluía tajantemente la periferia con el fin de que el genocidio, las masacres de campesinos, la corrupción burocrática, la especulación inmobiliaria, fueran olvidadas mediante estas nuevas propuestas de estetización de la realidad.

 

Por un lado, el espacio devastador del capitalismo de ficción tan agudamente descrito por Vicente Verdú, y por otro, las consecuencias nefastas del simulacro cultural y el auge de la sociedad del espectáculo tan rápidamente impostado en la nueva economía neoliberal de Colombia.

 

Ningún artista logra expresar con mayor lucidez y con unas imágenes tan contundentes este interregno dominado por la violencia periférica como Doris Salcedo, muerte de la utopía política, impacto demoledor de la economía del narcotráfico, arrasamiento especulativo de los espacios urbanos. Una mirada que nace del concepto socrático de la piedad y recupera la perspectiva del atropello desde los ojos de la víctima y no del verdugo pues es a través de estos ojos que constatan ausencias que se puede recuperar no el significado sino el sentido de vivir la vida.

 

La propuesta es moral

 

Este “Giro Lingüístico” no ha sido comprendido por el artista que ha preferido mantenerse en una centralidad abstracta y prosigue, ingenuamente, su “Tarea de deconstruir” fantasmagorías escolares, realidades inventadas, en hacer remakes donde se pone de presente aquello que Wellmer describe: “Sin la experiencia estética y sus potencialidades subversivas, nuestros discursos morales tendrían que volverse necesariamente ciegos y vacías nuestras interpretaciones del mundo”.

 

¿Visión moral, posición moral del arte? ¿Por qué entonces es el Dejá Vu lo que caracteriza al arte joven, al rebaño sumiso de los jóvenes obedeciendo no a la exigencia moral que nace de estas situaciones de atropello de los poderes sino a los falsos mesías del establecimiento del arte para los cuales la estetización de la realidad se debe mantener dentro de una asepsia moral que no incomode al nuevo establecimiento artístico, a la cultura oficial?

 

Las muestras de arte joven en la última década no han sido otra cosa que esta exhibición de tibieza moral propia de las catástrofes a que conduce la aceptación de estos cánones impuestos por la moda: Dejá Vu a la criolla, ingenio a la lata, pero, salvo honrosas excepciones esa dificultad afrontada que caracteriza al verdadero conocimiento en la tarea de adentrarse en estos presupuestos estéticos a través de los cuales se haga presente la experiencia del terror, del chantaje, del secuestro, la separación y el desplazamiento, la banalización por parte de los medios de comunicación del drama familiar, la conversión del paisaje en un motivo turístico, etc. ¿A qué temática sino se refieren Haacke, Viola, Jaume Plensa, Abad, Wodiczko, Andrés Sierra? ¿No recuerdan ellos el lugar transitorio donde estamos hoy ad puertas de reconocernos en otras formas de vida, en otras estéticas cuya tarea no se puede reducir a estetizar la realidad, a hacerla mercancía?

 

Aterrizar a Baudrillard, a Lyotard, entender la lucidez profundamente crítica de Virilio, desacademizarlos, sacarlos del lugar común en que los ha convertido, como recuerda Tomás Maldonado, la cháchara universitaria. Lo más fácil hubiera sido negar cualquier salida porque este es el peligro a que conduce un arte ensimismado: la tautología, una fraseología cerrada que se niega al diálogo, a asumir la exterioridad en todos sus alcances y bajo todas las circunstancias.

 

No es pues cavilar sobre lo que va de Obregón, Negret, de los testimonios a lo Beatriz González hasta la sólida respuesta de una Doris Salcedo, hasta la coherente respuesta visual de una Maria Teresa Cano, de una Ana Claudia Múnera, de un Adolfo Bernal, etc., sino de lo que supone el escenario de las preguntas y si los artistas -¿Los seguiremos llamando así?- serán capaces de afrontar esta avalancha de imágenes, de situaciones -que no de temáticas-: ¿Historia o memoria herida? ¿A qué hogar no se ha asomado el terror? ¿Quién es el desplazado y cuál es el territorio que lo lleva? ¿Monumento decimonónico, túmulo funerario o tarja-recordatoria?

 

¿Si la imagen ha muerto como señala Régis Debray cuál va a ser la imagen liberada que brote del ojo de la víctima y no de las “Teorías Visuales” al uso? ¿El tiempo del arte o estas temporalidades de las calles, de las habitaciones recuperadas para la vida nueva? ¿Cómo escapar del fascismo de la imagen, de estos fotogramas ya convertidos en archivo, mediatizados por el marketing? ¿Cuál es el acontecimiento a desvelar y cuál la historia?

 

¿La masacre descrita con obscenidad para el espectáculo o el fulgor de vida que escapa a ese ojo fijo, homogeneizante, totalitario?

 

“Imagen -recuerda Baudrillard- es ausentarse, es lanzarse hacia una vida nueva”. El espacio urbano es el espacio de la calle o sea del ahora y es desde este punto de partida desde donde puede el artista llegar a imaginar la vida que ya acontece pues para quien no tiene sino la vida ésta no puede cercarse bajo una imposición histórica ni mucho menos “artística”. Es aquí donde la tautología estética confunde su falta de imaginación con “la muerte del arte”, así como el lenguaje –Borges Dixit- está antes de nosotros y el verdadero creador debe adentrarse en él, hacer suya la memoria del mundo, en los espacios, en los colores, en los recorridos:

 

como en un palimpsesto están las imágenes latentes donde la poética de la resistencia se ha convertido en guía secreta, en disimulados refugios para quien deambula en silencio.

 

Las casas que Matta-Clark deconstruyó siguen presentes en estos espacios que al recuperar su visibilidad nos proponen una nueva semántica del arte como construcción de sentido desde espacios, lugares desde donde se desterró el terror, la agresión, el chantaje de los verdugos para plantear a quien llega los espacios de su hospitalidad.

 

Periódico El Mundo, inserto Palabra y obra, Medellín, 13 de abril de 2007

 

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