´Jarte para que se arte´

 

Se llamó Deme 07 y sólo duró tres horas. Su sede fue un parqueadero de motos subterráneo. Sus organizadores, un grupo de estudiantes de artes de la Universidad Nacional. Escogieron ese lugar porque queda justo en frente de la Casa que funciona como sede principal del Encuentro Internacional de Arte MdeO7.

 

Juan Diego Restrepo T.
juandilll@yahoo.es
Vive sonriente, metida en un ataúd. Está desnuda y acostada en la cama, sólo la cubren unas flores. Su fúnebre habitación tiene de todo: lámparas, afiches y un clóset con vestidos de diferentes colores. La decoración inspira alegría, tiene tonos pasteles en las paredes y un letrero que dice “Que tan bueno” en la tapa. Sin embargo, ataúd es ataúd, y resulta sombrío que alguien viva en él, asi sea una muñeca.

 

Ella y su particular morada llamaron la atención de Gustavo cuando llegó a recoger su moto. Tiene una Pulsar y la deja en ese parqueadero todos los lunes y miércoles, días en que llega a las 2:55 de la tarde, para volver por ella a las 6:20.
Esa tarde encontró diferente el lugar. Además del ataúd para la muñeca, había una señora regalando dulces de chocolate, grupos de personas mirando afiches pegados en las paredes, un mimo negro, una prostituta bajita y un travesti. “Uyy hermano, qué pasó aquí”, me preguntó sin conocerme. “Es una muestra de arte”, le contesté. “Ahhh… no, en serio ¿qué es?”.

 

Deme en un sótano
La muñeca que impresionó a Gustavo fue parte de una muestra de arte poco convencional. Se llamó Deme 07, y sólo duró tres horas. Su sede fue un parqueadero de motos subterráneo. Sus organizadores, un grupo de estudiantes de artes de la Universidad Nacional. Escogieron ese lugar porque queda justo en frente de la Casa que funciona como sede principal del Encuentro Internacional de Arte MDEO7.

 

Visité el DEME el miércoles 16 de mayo, día de la exposición. Pablo Gómez, uno de los artistas, me explicó que la muestra tenía un carácter alternativo: “lo que pretendemos hacer es una crftica a un espacio pensado para artistas reconocidos y sin tiempo para los estudiantes. No queremos provocar por provocar, sino parodiar los grandes encuentros de grandes presupuestos”.

 

La primera vez que vi a Pablo fue en la Univerdad de Antioquia, durante la grabación de un programa de crítica de arte. Estaba sentado con seis jóvenes artistas más, que tomaban aguardiente mientras las cámaras rodaban. Pablo tenía una media velada en la cabeza que impedía ver su rostro, y estaba contando lo que sería el Deme: ‘un parásito que se va a pegar a la Casa del Encuentro’.

 

Ese día contó también que pidieron integrarse al MDE07 enviando sus hojas de vida, y fueron rechazados. En la solicitud exigieron botellas de champaña fina y una limosina y dijeron que se habían ganado una mención de honor, en una exposición en la lejana Rusia.

 

Protagonistas del Deme
Gustavo recorrió el amplio espacio del parqueadero antes de sacar su moto. “Yo de arte no entiendo nada”, me dijo mientras miraba una gran carreta que estaba en la entrada del parqueadero y era una de las obras de arte expuestas. La carreta era de madera, de esas que sirven para transportar materiales de construcción, y estaba cargada con decenas de cajas, de madera también. Ocupaba el paseo peatonal, e indicaba el acceso al evento.

 

Al lado de la entrada había un letrero en cartulina blanca que decía Jarte para que se Arte, y era el nombre de una de las obras. Se trataba de una mujer repartiendo dulces en una bandeja de plata. los dulces no eran dulces sino boñiga cubierta de chocolate, y ella, María, una prostituta del centro. Le pregunté qué opinaba acerca de todo aquello y me dijo: “a mí no me interesa mucho lo que pase aquí, esto es más una broma. Lo que me importa es que me van a pagar un billete por repartir estos dulces, y a mí siempre me han pagado por repartirlo’.

 

La responsable de la obra es Paula Galeano, me explicó que lo que los asistentes llamaban “broma pesada”, era parte de una crítica que "nace desde el resentimiento, pues no vemos la iclusión en un evento que es para unos pocos”. Al único que vi tragándose uno de los dulces de boñiga fue al mimo. Era un negro de mediana estatura que reía y posaba para ser fotografiado al lado de una imagen en la que estaba él como portada de la revista Time. Después de escupir la boñiga, y ver que todo el mundo lo estaba mirando, lanzó una palabrota y se echó a reír: “los negros siempre comiendo mierda”, dijo.
Otro que posó parodiando una revista, fue el joven de la mascarilla de sacol. Era un muchacho bajo, con una mascarilla para respirar que le cubría nariz y boca, pero en vez de los usuales tubos de rejilla, tenía pegados frasquitos de sacol.

 

Observando unas líneas colores en el piso, encontré a Felipe Vargas, un estudiant de artes bogotano. Lo noté muy entusiasmado con la muestra. Me dijo que creía que los espacios de exhibición eran múltiples: “cualquier pared, no necesariamente la de un museo, sirve para el arte. Estoy seguro de que múchos de los visitantes no lo van a olvidar, sobre todo aquellos que se coman la boñiga.

 

Pablo Gómez expuso unos planos que había presentado para la construcción de la Plaza de la Libertad. Esta fue una convocatoria organizada por la Gobernación de Antioquia, para construir una serie de edificios en un terreno contiguo a la Alpujarra. El diseño de Pablo fue descalificado por el jurado porque propuso un edificio inspirado en el narcotráfico, y en sus efectos en la sociedad antioqueña. Además la presentación de las planchas no respondía a los cánones tradicionales de la arquitectura, sino del arte.

 

De un momento a otro escuché música electrónica que llegaba desde afuera. Todos los que estábamos en el parqueadero salimos. Alguien dijo ‘ya empezó el performance”. Al subir encontré a la prostituta bajita, que en realidad era estudiante de artes, y al travesti, un estudiante de diseño, desfilando en el espacio peatonal que separa el parqueadero de la Casa del Encuentro.

 

La ropa de ambos era estrafalaria. Tenían peinados altos y estaban muy maquillados. El travesti tenía tatuajes en todo el cuerpo y posaba para las cámaras. Los empleados del museo salieron a mirar. Varios transeúntes se detuvieron: un vendedor de solteritas con el carro vacío, tres niños con tarros de sacol en la mano, dos celadores, un vendedor de minutos a celular, una chancera y su amiga, y los clientes de la cantina del lado.

 

Al terminar el show, la música electrónica se apagó y quedó en el fondo la melodía de Soy un príncipe a mi modo que salía de la cantina. Yo conversaba con otro de los artistas, que me dijo que veía esto como una provocación: “es en parte un grito a la ciudad, reclamando espacios para los jóvenes, para innovar”. En ese momento vi a Gustavo salir. Encogiendo los hombros me dijo: “Al fin no entendí nada”. No tuve tiempo de contestarle. El artista se adelantó y le dijo “tranquilo hermano, aquí no hay nada que entender.”

 

Periódico De La Urbe, Facultad de comunicaciones, Universidad de Antioquia, año 9, No. 36, Medellín, junio – julio de 2007, página 19

 

 

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