Encuentros de otro tipo

 

Hasta junio, pasa por la capital antioqueña una coordenada de arte actual. Ayer empezaron exposiciones en las calles.

 

El título parece el de una tesis rara: ‘MDE 07, Encuentro de prácticas artísticas contemporáneas’. En concreto, es el resultado de unos ciudadanos que buscan hacer nuevas marcas a Medellín para superar las pasadas (del cartel, cuna de Pablo Escobar, dueña del sicariato, sede del narcoterrorismo). Para eso creen útil hacerle al arte este 2007 un lugar de encuentro en esta ciudad contradictoria e intensa de la que muchos tienen una opinión o un prejuicio antes de conocerla, pero que terminan dejándose sobornar por la hospitalidad proverbial.

 

 

Hospitalidad que según cuentas crece aquí silvestre a la par con la hostilidad. Preciso esos dos temas, hospitalidad y hostilidad, son a los que se dedica este Encuentro por consejo de los curadores (tutores que ayudan a introducir al común de personas el arte) que con su capacidad para mirar y analizar, tras recorrer a Medellín (provenientes de tres continentes) decidieron convocar aquí a artistas de nuevo cuño, que están conectados con la calle y con el espacio virtual por cordones umbilicales varios y son proponentes de asuntos que rondan desde la meditación hasta el espectáculo.

 

A esta ciudad han llegado 100 artistas y críticos con su bien puesto diferencial del hombre común. Desde febrero pueden verlos en cualquier calle o sitio público con un aire, un deje a la vista en la cara y en la pinta inusual, intentando sintonizar qué entraña esta taza hecha de montañas en la que antes han derramado nadaísmo, diarios contestarios, escritores renegados o constructivos, neorrealismo cinematográfico, bienales de arte latinoamericano, rock pesado en cuanto a sus contenidos, modas, anorexias, calvinismo y caracterizados personajes locales.

 

Antes y después de visitar a Medellín, los reyes de España, el director de la Unesco, con un séquito planetario de buscadores de la libertad de expresión que preservan el nombre de mártires libertarios o incluso antes de que aterrizaran en la villa académicos y cultivadores de la lengua, ya había pasado por aquí esta caravana de tocados.

 

Para omitir sus nombres según recomendación del arte contemporáneo desentendido de reconocimientos y perdurabilidades, han pasado ya por Medellín un japonés que hace habitaciones encima de torres de iglesias; un argentino que opta por un globo descomunal de bolsas de basura; una artista de Europa Oriental que termina encontrando en antejardines de Santa Helena pruebas de supervivencia humana; un colombiano que hace en tatuajes una nueva expedición botánica; un brasilero que busca en lo diminuto despertar la sensación a las personas de lo que se pierden en la vida diaria y mete desconcierto en botellas de Coca-Cola; un artista local que marca la ciudad con flechas, sonidos y resonancias de palabras sugestivas que viajan en Metro; otro colombiano que hace del arte un medio de comunicación incisivo para el inconsciente colectivo, con llamados de atención humanos; un testigo que en un video graba a sobrevivientes de Bojayá cantando en alabaos el dolor que taladra al espectador desarmado.

 

Como desarmado va el visitante que va encontrando mimetizadas en la colección de obras de los siglos XIX y XX del Museo de Antioquia, una puesta en escena de los maltratados domésticos en el siglo XXI, esta vergüenza callada que esta artista despliega de golpe.

 

En muchos barrios, esta caravana ha tenido puntos de encuentro lejanos y cercanos; también en la casa del encuentro en pleno centro con putas siempre vivas, casa que fue redecorada por un diseñador de muebles hechos al natural y sobre medida, dotada con sala de estar retro hecha por canadienses entusiastas y alrededor de tazas de chocolate en las que hablan sin entenderse mucho y en paseos por la ciudad que llevan a estos trashumantes urbanos de museo en museo asombrándose de las propuestas cotidianas que extienden sus dobles miradas sobre la realidad.

 

Una colección de mapas de Colombia hechos por los asistentes en papelitos amarillos pegados en la pared, plantas sembradas en tarros de productos de consumo masivo que evocan el pasado y el presente caliente; la tejedora de una bola infinita de puntos con sus propias horas; el fotógrafo que inunda un vagón del metro con su mirada cercana a la guerra civil que oímos a lo lejos.

 

Todos van y vuelven a esa sala de estar muy retro a la entrada de la casa del encuentro y las personas hacen allí su obra propia: encuentran un adentro estando afuera. Conciertos y extensiones llevan a la calle la idea de que alguien nos mira o nos oye.

 

Esta Medellín que sabe ser endogámica, hiperbólica, a la que le han dicho sus poetas lo mezquina que llega a ser, abre escenografías nuevas, lugares abiertos sin rejas que piden a gritos llenarse de visitantes y dejar entrar estos curiosos descreídos o asombrados peregrinos con la sacrosanta idea de la ciudad como máxima construcción humana, la única posibilidad de engendrar una diversidad para convivir en ella.

 

Al más consagrado observador de la ciudad como productora de sentidos le pidieron que adobara este encuentro con sentires contados: a él como los que hacen parte de este convite se les pide pistas sobre esta hechura en obra negra que es la casa de lo colectivo, la convención en la que sobrevivimos juntos.

 

Dice este sabio lector de sentidos recién nacionalizado (esto es parte de la hospitalidad): para otear la ciudad como casa necesitamos la metáfora en tres sentidos, en la distancia que nos permite una mirada de conjunto, otra como sustrato de la poética y la tercera, la metáfora de los lenguajes y las hablas de la ciudad… la ciudad hospeda en la medida en que se hace espacio público, lugar común, que es el espacio y el lugar donde pueden llegar y también estar, residir todos, los de adentro y los de afuera, desplazados o turistas, emigrantes o vagamundos.

 

El espacio público es un espacio producido, construido, esculpido, grafitado y por eso la hospitalidad pasa por leer sus escrituras. Concluye que el mercado (al que todo hemos entregado) tiene una pobreza íntima: no construye sentido. Es a esto a lo que apunta el encuentro, a desbaratar los mercados para construir sentidos, inéditos, necesitados. Que así sea.

 

Por Ana María Cano
Directora de La Hoja de Medellín y de Bogotá

 

Suplemento Lecturas Fin de Semana, periódico El Tiempo, Bogotá, 26 de mayo de 2007, página 10

 

 

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