Ciudades flotantes

 

El arquitecto y artista argentino Tomás Saraceno provoca a la escena artística internacional con su propuesta de crear ciudades flotantes. Así habló de su obra para Panorama de las Américas

 

Por Sol Astrid Giraldo
Como el protagonista de la película de Eliseo Subiela, Hombre mirando al sudeste, el argentino Tomás Saraceno tiene su mirada clavada en el cielo. Pero no desde la mitología, sino desde su antípoda: la tecnología. Saraceno es un arquitecto, que ha dado el paso a los planteamientos artísticos usando la ciencia, pero con una fuerte visión sociológica, urbanística, antropológica que salpica después con una potente lírica.

 

Cuando llegó a la ciudad lo primero que hizo fue dirigirse a las montañas vecinas, tomar un curso de parapente y… despegar los pies de la tierra.

 

Pero nada de eso parece evidente, ni tampoco su amplio periplo internacional, cuando lo conocemos en el Encuentro Internacional Medellín 07: prácticas artísticas contemporáneas. Allí, parece más un joven turista mochilero, con bluyines y botas y una mirada inquisidora. La eleva en cuanto puede hacia arriba. Busca el aire. Por eso, cuando llegó a esta ciudad a hacer su residencia artística no visitó museos, ni preguntó por la historia ni se entretuvo en ningún monumento. Lo primero que hizo fue dirigirse a las montañas vecinas, tomar un curso de parapente y… despegar los pies de la tierra. Es la estrategia que requiere para ver la ciudad desde la perspectiva que le interesa. Allí arriba se enfrenta a los cambios climáticos, a los vientos feroces, a la eterna transmutación de las nubes, a sus golpes sobre el valle, a sus inquietantes formas, a sus preferidas, las cúmulos, las más blancas, las que parecen espuma o agua, a que el calor de la ciudad las derrita, a la alquimia atmosférica, “que todo el tiempo transcurre de lo visible a lo invisible; de lo sólido a lo líquido a lo gaseoso; de lo perceptible a lo imperceptible”. Ciudad y cielo, en una simbiosis orgánica, imbricada, indestructible.

 

El cielo es su laboratorio. Le interesa este techo maleable, móvil. Es un adicto a la movilidad. Es la metáfora que quiere oponer a la rigidez territorial. Y es que Tomás no es de aquí ni de allá. Nacido en Tucumán, en plena época de las dictaduras argentinas (1973), aprendió desde pequeño lo que eran los desarraigos, las migraciones, los éxodos en Europa, en Italia, y en Alemania, el país donde vive actualmente. Los padeció pero también los convirtió en una estrategia de vida. “Es retrógrado, inmoral e impensable -dice- pensar en este milenio que sos de un determinado punto, sin tener la conciencia de que también vivimos en este planeta tierra”. Por eso, tal vez, después de aguantar varios años de un aprendizaje ortodoxo de la arquitectura, al final de su carrera encontró el oasis en la teoría de las ciudades flotantes del también argentino Gyula Kosice. Desde entonces y hasta ahora el aire se ha vuelto su metáfora.

 

"Todo el tiempo transcurre de lo visible a lo invisible; de lo sólido a lo líquido a lo gaseoso; de lo perceptible a lo imperceptible."

 

Todo lo sólido se desvanece en el aire” es la famosa frase de Marx que se ha convertido en el símbolo de nuestros tiempos. Y este es el lugar que quiere explorar: el aire, en un sentido real y metafórico. Ante los retos que plantean unos tiempos de migraciones, movilidad, interculturalidad; Saraceno ha venido desarrollando el concepto y la estructura de las ciudades-aeropuerto.

 

Con ellas, Saraceno se atreve no sólo a pronunciar sino a concretar la palabra ou-topía: ese sueño que según la etimología sucede en un no-lugar, que en este caso es el aire. ¿Cómo sería la vida en unas ciudades que construidas con materiales más livianos que el aire pudieran flotar sobre las fronteras? Estas ciudades serían una especie de células habitables que se agruparían en megaciudades y atravesarían la atmósfera siguiendo el curso de los vientos. Y para garantizarles su movilidad en el espacio aéreo totalmente controlado de nuestros días podrían estar, ya no bajo las jurisdicciones terrestres, sino bajo las áreas internacionales, que hoy por hoy rigen los aeropuertos. Saraceno piensa en términos de utopía, movilidad, convivencia, cooperación, colectividad, organicidad.

 

La búsqueda de esta flexibilidad apunta por un lado al conflicto no dirimido entre esta intensa movilidad física, mental y social de principio de siglo, y los tradicionales e inmóviles estados nacionales con sus fronteras definitivas que ya no cuadran más en los nuevos parámetro. Pero por otro lado, a un nuevo urbanismo lúdico y maleable, donde las personas puedan apropiarse creativamente de sus propias soluciones de vivienda: “me gusta pensar en un urbanismo más adaptable, sensible y móvil, en relación tanto al medio ambiente, como a las exigencias de las comunidades hoy en día”.

 

Lo que hace a Saraceno realmente particular en la escena de las artes, la arquitectura, la tecnología y las ciencias es que ha sido capaz de concretar su sueño en una mezcla audaz de todas estas áreas. Las ciudades-aeropuertos de Saraceno no son para el futuro: él ha desarrollado el diseño, la estructura, la tecnología que las puede hacer posibles. Solarmachine (globos que elevan a pasajeros utilizando la energía solar como combustible), globos aerostáticos hechos de bolsas de basura, son algunos de los desarrollos concretos de su idea obsesiva de habitar el aire. “Las ciudades flotantes son hoy una cosa totalmente factible. Solo que en su momento no era factible construir las pirámides egipcias o alzar la Torre Eiffel. Pero se va a llegar a un momento también en que se van a poder hacer”.

 

¿Cómo sería la vida en unas ciudades que, construidas con materiales más livianos que el aire, pudieran flotar sobre las fonteras?

 

Su empeño no se agota en la fabricación ingeniosa de artefactos novedosos, sino que intenta socavar muchos paradigmas. Saraceno pone sobre el tapete las transformaciones mentales, sociales, culturales, económicas y políticas que acarrearía un mundo sin pasaportes, sin fronteras, con comunidades autónomas, autárquicas y auto sostenibles -gracias a fértiles jardines aéreos- que flotaran sobre las leyes territoriales. Desde que Saraceno ha tenido esta claridad, todos sus pasos se han dirigido en esa dirección. Así patentó un material llamado aerogel, más liviano que el aire. Así desarrolló sus globos solares. Así fotografío épicamente el Salar de Uyuni, en Bolivia, el desierto de sal más grande del mundo donde, cuando llueve, la tierra se convierte en un espejo gigante que refleja el cielo, y en el horizonte termina por confundirse el arriba y el abajo.

 

El artista plantea una obra que no es arquitectura, no es pintura, no es escritura, no es un experimento físico. Es un sueño, una utopía, una estructura arquitectónica, una estética, una propuesta escultórica, un pensamiento profundo, una poesía…

 

Su trabajo se ha presentado en centros influyentes como el Barbican de Londres, en la exhibición "Ciudad del futuro: experimento y utopía en la arquitectura 1956 a 2006”, en “Buenos días Santiago – una exposición como expedición”, y en la última Bienal de Sao Paulo, entre otros lugares. En estos espacios ha planteado sus metáforas, sus pensamientos, sus provocaciones. En Medellín, por su parte, planea hacer un globo gigante con bolsas de basuras recogidas en todo el mundo. Aunque podría trabajar con material de tecnología de punta, le interesa el reciclable porque, dice, “todo el mundo en su casa tiene bolsitas de residuo. Me gustaría construir esta obra de abajo hacia arriba, trabajar con la gente y reflexionar, tal vez, acerca del momento que estamos viviendo, y llevar la imaginación a otro tipo de formas”.

 

Otro paso más, de Tomás, el hombre mirando el cielo. El artista que plantea una obra que no es arquitectura, no es pintura, no es escultura, no es un experimento físico. O tal vez, sea todas las anteriores: un sueño, una utopía, una estructura arquitectónica, una estética, una propuesta escultórica, un pensamiento profundo, una poesía, una provocación, una declaración… Simplemente, ciudades- nubes que sobre todo propician un espacio de vinculación comunitaria, en una utopía con los pies sobre la ciencia, la tecnología y la tierra.

 

Revista Panorama de las Américas, la revista oficial de Copa Airlines, Ciudad de Panamá, Mayo de 2007, páginas 200 – 211

 

 

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