Ana Mendieta en Medellín


La sacerdotisa de la tierra

 

Por Sol Astrid Giraldo
El fantasma de Ana Mendieta esta allí. … En el primer piso del Museo de Arte Moderno. El espectador desprevenido tal vez sólo vea una serie de fotografías en blanco y negro, sin mucha definición. En la primera hay una mujer al lado de una silueta en la tierra. Después está sólo la silueta. Después hay humo, en las siguientes, más humo. Finalmente, una cruz de ceniza sobre la hierba. La mujer ha desaparecido. Y es que eso fue lo que siempre hizo Mendieta: desaparecer. Por eso es extraña esa primera imagen, donde aparece de cuerpo entero aunque agachada, con la cara borrosa, mínima, intangible, con sus pies sobre la tierra de Medellín. Los curadores de esta exposición de las memorias del Coloquio de Arte no Objetual se sorprendieron cuando revisando el material de archivo, aparecieron estas fotos incunables, escasas, apetecidas por los coleccionistas internacionales y que sin embargo como empolvados negativos yacían anónimas, sepultadas por los años y los recuerdos.

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Estas fotos son un documento invaluable de la participación de la mítica artista cubana en ese coloquio y en la IV Bienal de Medellín en 1981. Mendieta vino a la ciudad y trabajó con quien entonces era su mentor y novio, el artista minimalista Carl André. En ese entonces él estaba en la cima de su carrera y ella iniciaba su ascenso. Dos personalidades, dos rumbos, dos desarrollos profesionales que se oponían como el agua y el aceite, que provocaban y provocarían chispazos eléctricos en los que terminaron por quemarse. Pero aunque uno de estos cortocircuitos los llevaría a la tragedia años después, otros los alimentarían y los encenderían artísticamente. Él, 46 años, blanco, hombre, estrella de la sociedad neoyorquina, ciudadano de un país del primer mundo, quirúrgicamente minimalista. Ella, 33 años, latina, mujer, feminista, exiliada cubana en Miami, escultora de la tierra y del cuerpo. El uno siempre fue un abismo para el otro en una situación límite de la que tenían conciencia, como lo demuestran las palabras que André le escribiría a ella cuando se casaron 4 años después: “Tu tema es la tierra preñada. Mi tema es el universo antes y después de la tierra. Tuya es la joya, mía es la montura”. André, minimalista, formalista, aséptico, estructural, objetivo, geométrico, matemático, racional. Ella posminimalista, subjetiva, orgánica, ancestral, ritual, sensorial, artista de los materiales sucios, del barro, la sangre, la tierra. El encuentro los llevó primero a la aventura, luego al desastre. Pero antes de la caída hubo momentos creativos como el protagonizado en Medellín, donde periodistas locales como Juan José Hoyos los describieron idílicamente como “el hombre con barba de profeta y la pequeña y dulce mujer”. Entonces parecían simplemente dos jardineros que cada tarde regaban amorosamente su pequeña parcela; mientras en otros recuerdos la imagen que ha quedado es la de André tejiendo mientras Mendieta incendiaba la tierra con sus ideas y su pasión. Esta colaboración en Medellín fue tan especial, que críticos como la estadounidense Laura Roulet, la han calificado como “la más sorprendente de sus aventuras artísticas en conjunto”.

 

De este trabajo efímero, siguiendo el credo de Mendieta, no quedó nada. Sólo esta serie fotográfica en la que la delgada y leve artista es captada indiscretamente por la cámara y nos mira con un rostro borroso mientras agita la tea de la creación en sus manos. Es solo un instante antes de que surja la verdadera protagonista de estas imágenes que es la tierra. Esa en la que Mendieta se enterraba, en la que buscaba diluirse, transformarse, en una alquimia cósmica. Esa en la que surgía de nuevo la voz ancestral de los ritos cubanos. Esa a la que le hacía sus preguntas subjetivas de mujer, de latina, de exiliada. ¿Cómo se está en el mundo? ¿Cómo se crea el mundo? ¿Cómo se instala el cuerpo en el mundo? ¿Hasta dónde llega el cuerpo? ¿Hasta dónde el mundo se deja atravesar? ¿Cómo se da este diálogo? Esa en la que buscaba redefinir el espacio que en su obra nunca fue una abstracción sino esencialmente material. Las huellas también lo eran. “Aquí estuve. Ya no estoy”. ¿Cómo devolverse a la naturaleza? No dominándola, domesticándola como el soberbio homo faber, sino mimetizándose esencialmente como un manso paisaje japonés. El cuerpo se vuelve vegetal, el árbol se vuelve cuerpo. Alquimia cósmica, baño de sangre, de plumas, de agua. Alquimia del fuego. La forma se deshace. Los elementos se transmutan. La vida y la muerte se suceden. Como en la naturaleza que no conoce principios ni fines.

 

Mendieta, mujer, imbuida del pensamiento feminista de los 70 y 80, afrontó el problema de la imagen femenina desde el land y el body art. Buscó su forma en la tierra y la encontró en una hoja, lejos de los esquemas publicitarios, del estereotipo de la mirada masculina. Hurgó en su cuerpo para encontrar la redención de la sangre. Mendieta desplazada de su Cuba natal, en su vida de artista no se cansó de enterrarse, de buscar desaforadamente ese lugar en el mundo que parecía esquivo para las mujeres, los latinos, los seres de la diáspora. Resolvió el problema desapareciendo, desvaneciéndose, dejando un rastro de barro, ramas, honduras, huellas. Desapareciendo como lo hace en estas fotografías, que a falta de cenizas se convirtieron en el rastro de su breve paso por esta ciudad. Quedó también ese fantasma potente que esquiva la mirada cuando parece regalarla. Ese fantasma que hoy puede verse en las limpias paredes del Museo de Arte Moderno de Medellín donde se recuerda esa fiesta de ideas que fue hace 25 años el primer y último coloquio de arte no objetual en la ciudad. Ese coloquio que entre sus sacerdotisas tuvo a esta mística hija de la tierra antes de que se devolviera dramáticamente a sus entrañas, cuando se lanzó o la lanzaron desde un treintavo piso 4 años después.

 

Portal m3lab, Encuentro Internacional Medellín 2007

 

 

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