Adolfo Bernal.

      

 

      Idea-Vuelo. Anónimo-Ciudad.  

Tierra-Aire. Ojo-Raro.

Medellín-Galería. Profesor-Oficio.

Encuentro-Retrospectiva.

Único-Adolfo. Artista-Bernal.

 

 

                                 Adolfo Bernal 

Por Juan Fernando Rojas

Adolfo Bernal prende un cigarrillo y sale al pequeño balcón de su apartamento. Desde el piso once de un edificio en lo más alto de Loreto mira, admira. Donde está el aeropuerto Olaya Herrera no ve una exñlanada en la que aterrizan aviones, sino un tapiz de soporte para una obra de arte. Gira un poco su cabeza hacia el norte y se detiene en el cerro Nutibara, y no se le pasa por la cabeza el Pueblito Paisa, sino una gra alborada donde mil tambores despiertan a Medellín alguno de estos días. Después mira las montañas del occidente, al otro lado del valle y se detiene en la manera como se tocan con el cielo, porque vive mirando el cielo así esté nublado y también los atardeceres, que para él son las mejores instalaciones de arte porque no necesitan explicación.

 

Así es este hombre de 52 años, que nunca se ha llamado artista así lo sea, que huye de cualquier adulación y prefiere pasar como uno más, que en algún momento eligió el anonimato y dejó de firmar sus obras para regalárselas a la ciudad, porque "lo importante es el hecho, no el artista", insiste.

 

De Medellín se ocupó no sólo por saber de ella, sino de comprenderla; siempre le interesó pero no para residir -para eso prefiere el campo-, sino para volverla como un gran museo abierto donde cualquier espacio pueda ser parte de algo que no sabe si es arte, pero que transforma en paisaje.

 

Así fue como desde chiquito le daba por sembrar árboles en el cerro Nutibara y moler cáscaras de huevo para abonarlos. Salido de una familia tradicional de clase media, lo tocó el cuento de la imagen después de recorrer la Bienal de 1970: ahí entendió que el arte va más allá del marco del cuadro, que también podría ser efímero.

 

Tras dos años de estudirar periodismo y pasarse a diseño gráfico, Adolfo sería una rueda suelta de todo engranaje corriente y técnica artística para tener como soporte su ciudad y conjugar en su obra letras e imagen.

 

Así se le ocurrió escribir un poema que en la medida que leía, lo lanzaba por palabras a la corriente del río Medellín. En otra ocasión, en 1975, se consiguió una avioneta con el papel de un amigo y los permisos necesarios para sobrevolar la ciudad y lanzar 200 mil volantes pequeños con una única inscripción THE END. Muchos desconcertados recogieron el papelito con tal sentencia y creyeron que había llegado el fin del mundo.

 

"Yo simplemente quería hacer un homejaje al cine, no más, porque el cine educa el ojo, porques abre la mente para construir nuevas imágenes, pero no esperaba que la gente llegar a pensar tal cosa", comenta Adolfo, sorprendido más con el hecho de que ahora ya son pocos los que proponen con la imagen nuevas cosas , y muchos lo que hacen es recomponer y capturar la ya creada.

 

Su serie de pares de palabras nace de una experiencia muy personal con la poesía, esa que no ha dejado de leer desde muchacho, y de su estudio profundo del grafiti como imagen misma del hombre.

 

 
REY-NAVAJA, ORO-ARAÑA, BAR-OPEN, SEDA-BEATLE, LABIO-LAGARTO, CAMISA-BICICLETA, NEÓN-PLOMO. No se trata de pares de palabras puestas al azar, siguen para él una lógica que deriva en una tercera idea: el mensaje.

 

No en vano durante la Bienal de 1981, su obra no se recorría en un espacio cerrado sino por toda la ciudad, a la que empapeló con carteles que repetían la palabra Medellín, como recordándoles a los de aquí cuál es su ciudad.

 

Un año después la misama palabra quedó en relieve sobre una placa de plomo fundido. De ella sólo se sabe que está enterrada en la entrada del Museo Antropológico de la Universidad de Antioquia y que le quedará a la tierra para aquellos que "dentro de cientos de años lleguen a este valle, la descubran y sepan que algo aquí se llamaba Medellín. Podría decirse que es una obra arqueológica", dice Adolfo entre risas y un cigarrillo.

 

El arte de las palabras 

Medellín, la palabra y lo que representa, también fue sonido en clave y viajó por el espectro electromagnético hasta meterse a las casas de los oyentes. Adolfo pidió al Ministerio de Comunicaciones una frecuencia para que por un mes se emitiera las 24 horas, cada cinco segundos ese pi-pi-pi, el MDE que en Morse decodifica Medellín.

 

Pero sus señales, como las llama él, también son lumínicas, cardinales. Siempre inquieto por saber qué lugar del espacio ocupa, por saber dónde queda el norte y el sur, el oriente y el occidente, se fue en 1984 para la fábrica de Cales de Colombia, se consiguió una donación de varios bultos de cal agrícola y llegó a la cancha de fútbol de Castilla. Con una brújula en mano trazó una inmensa flecha que indica el norte geográfico de Medellín, desviado 15 grados al occidente del norte que todos señalamos. Ayudado por sesenta niños y muchachos del barrio la rellenó de cal y la llamó Norte. Al otro día llovió, de Norte quedó poco, pero la cancha quedó abonada para ponerle grama.

 

Y como los cerro de Medellín son su referencia siempre, no vio problema en darle la bienvenida al cometa Halley, en 1986, con una fogata de 15 toneladas de madera de árboles sembrados para sacar papel que fueron prendidos en lo alto del cerro Nutibara. No se sabe si esa noche el cometa lo avistaron en toda la ciudad, pero muchos sí advirtieron esa señal roja.

 

Ya de día, Adolfo también emitió señales de luz. Llevó a treinta muchachos al cerro El Volador y otros treinta al Nutibara, cada uno con un espejo mediano. Así un 23 de junio de 1995 se comunicaron por destellos que jugaban con la refracción de los rayos del sol. "Fue muy bonito porque era otra señal de la que participaba la gente y desde otras partes nos contestaban con espejitos".

 

De ñlo que hace Adolfo Bernal muchos podrían decir "eso lo puedo hacer yo, es una carajada", cosa que le encanta escuchar porque se da cuenta que la gente lo entiende, siente cercana su obra o como se llame lo que hace. Pero detrás de cada idea está su imaginación, el aventurarse a hacerlo cuando a nadie se le había cruzado por la cabeza.

"Yo me hice la mascota de esa generación de los once artistas antioqueños, a donde ellos iban me invitaban. Pero como de las cosas que yo hacía no había referencias en ese tiempo, no había como nombrarlo, pues la crítica se limitaba a lo descriptivo", recuerda Adolfo, quien desde hace 30 años participa en muchas exposiciones individuales y colectivas en Colombia y el exterior.

 

 

 Ahora sabe que su trabajo puede llamarse performance, instalaciones o de muchas otras maneras estilizadas, y que tiene un discurso hermenéutico complejo al que no le cree mucho. Con más de 25 años de ser profesor de futuros artistas, comunicadores, diseñadores y publicistas, está convencido de que el arte entre más sencillo y fácil de entender es mejor, que antes de que busque afiliarse a una corriente o escuela artística, hay que hurgar dentro de sí para saber qué se quiere expresar, que las convenciones castran y que las propuestas coherentes son las que se sostienen en el tiempo, más allá del esnobismo.

 

 Mientras saca otro cigarrillo de una cajetilla que ya  piensa convertir en soporte de otra de sus obras, cuenta que lo sorprendió la invitación de los organizadores del Encuentro Internacional de Arte Contemporáneo Medellín 07 para hacer una exposición retrospectiva de su obra y traer una nueva propuesta para la ciudad. Entre ideas, poesía, trabajos de estudiantes y música clásica, que escucha día y noche, en su cabeza ya retumban unos tambores que despierten en la madrugada a Medellín. Es una señal, la de Adolfo Bernal. 

        Medellín con un cartel de arte. 1981

   

El amigo y artista

Por María Teresa Cano*
Hay amigos que tienen sombra de árbol, es lo que en principio puedo decir cuando pienso en Adolfo, y entonces pasan mil imágenes por mi mente, imágenes en las que la risa se teje en narraciones asombrosas donde las cabras embisten en medio de la autopista, bandadas de palomas acuden al despliegue de migajas de pan y la casa es un cubo inscrito en medio de la montaña.

 

Capacidad de asombro es el nombre del ángel que acompaña a Adolfo y con él restablece diálogos interpersonales que lo conducen a los secretos más íntimos del ser, para devolver al mundo la humanidad que hemos ido alejando tras el descuidado fluir de exigencias que nos deja indefensos y vulnerables frente al tablero del ajedrez cultural.

 

La facultad de gestionar los procesos de vida a través de una poética de relaciones que involucren la percepción de la mirada, la intuición, la sensibilidad artística y el espíritu mágico, se vuelve en la obra de Adolfo Bernal una cualidad comunicativa esencial.

 

Destellos de luz que devuelven la pulsión de la vida en palabras silenciosas que parecen bucear en las profundidades del inconsciente colectivo, puntos cardinales que demarcan territorios, mapas, planos, signos y signos de signos que captan el sentido de las cosas con una mirada de filigrana tan rica como la línea ecuatorial.

 

Adolfo Bernal redefine su papel en el medio desde su hacer plástico, al adquirir nuevos conceptos del valor y la función del arte, a través de nuevas coordenadas de acción que construyen un punto de cruce de un gran potencial creativo y con ramificaciones hábilmente flexibles que preinstaurarán la dimensión de la experiencia pública.
*Artista y profesora de la Universidad de Antioquia

 

Revista La Hoja de Medellín Edición 291, diciembre de 2006 –  enero de 2007, páginas 20 y 21 

 

 

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