Ruta 2: Mirada de mujer

 

Rojo, blanco y negro: tres colores, tres mujeres, tres miradas en el Encuentro

 

Por Sol Astrid Giraldo
¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar al Museo? Fue la pregunta rabiosa que se hicieron las legendarias guerrilla girls, colectivo de artistas feministas de los 80. Argumentaban entonces su pregunta con el dato estadístico de que menos del 3% de los artistas en las secciones de arte moderno del MET de Nueva York eran mujeres y sin embargo el 83% de los desnudos de esta misma colección eran femeninos. Esta pregunta, pasada las fiebres feministas de aquella década, continúa vigente en el arte. ¿Dónde están las mujeres? ¿Cuál es su imagen? ¿Dónde buscarla? ¿Quién la ha producido? ¿Para quiénes? ¿Con qué intención? ¿Es la mujer todavía el nombre de un vacío, de una ausencia, como lo dictaminaba Lacan? En este mundo massmediado, virtualizado, atravesado por los lenguajes publicitarios, acribillado por la diarrea de imágenes de la sociedad de consumo, ¿ha podido la mujer ver su reflejo sin velos en el espejo?
El arte sigue haciéndose estas preguntas y la obra de tres mujeres artistas invitadas al Encuentro gravitan desde sus muy peculiares puntos de vista alrededor de estos interrogantes.

 

Rojo sobre rojo: Ana Mendieta

 

De la primera de quien hay que hablar es sin duda de Ana Mendieta. La presencia de su obra nos llega a través de una serie de fotografías que hacen parte de la exposición de las memorias del Coloquio de Arte no Objetual, realizado en 1981 en Medellín. En ellas se ve el proceso paso a paso de una de sus famosas siluetas hechas entonces en el suelo de la ciudad. En estas intervenciones a caballo entre el land y el body art (arte de la tierra y del cuerpo), Mendieta se enterraba hasta dejar su huella, después provocaba un fuego y, al final, sólo quedaban unas cenizas con la forma diluida de su cuerpo. En estas obras, según el crítico Luis Fernando Valencia, Mendieta enfrentó así el problema de la imagen de la mujer: “si el problema en los 70 era la imagen de la mujer reproducida por Hollywood, ella se preguntó cómo hacer para que el cuerpo se saliera de esa mirada hegemónica del hombre. Y lo resolvió desapareciendo”. Mendieta somete su cuerpo a un proceso paradójico: por un lado hay un desvanecimiento, tan en boga en esta época en la que el arte conceptual optó por la desmaterialización de la obra de arte. Pero, por el otro, hay una afirmación potente, vital de la materia como el espacio irreductible de la vida. El cuerpo no desaparece, sino que se transmuta en la madre tierra, a través de un ritual también absolutamente material en el que toman parte la naturaleza, los troncos, el agua, las piedras, las plumas, las flores, la arena, la nieve, los fluidos. El fuego es el catalizador de este supremo proceso orgánico, en donde la silueta enterrada, con raíces en la tierra, reivindica el espacio fértil de la mujer en este mundo. Un espacio que es político, histórico, social, existencial y místico, que era la manera como la artista concebía la presencia plena de la mujer. La sangre, finalmente, hará el bautismo tribal, esa sangre que le daba a sus obras la magia y el misterio que siempre buscó. De esta manera Mendieta afirmó el lugar de la mujer en el mundo, ya no de una manera teórica, sino absolutamente concreta en un ejercicio original de política poética más allá de los estereotipos publicitarios por un lado, pero también del panfleto socialista por el otro. Entre un extremo y el otro, Ana sacerdotisa de la tierra, opuso esta alquimia purificadora, redentora y afirmadora que se materializaba en sus leves y concretas siluetas, a veces cruces, a veces hojas. Tan leves y concretas como suele ser el paso del ser humano sobre la tierra.

 

Blanco potente: Libia Posada  

¿Y dónde está la mujer en la colección de obras del Museo de Antioquia? Por todas partes. Pero ¿están todas? ¿qué clase de mujeres se han retratado?¿quiénes lo han hecho? ¿Ellas o ellos? ¿Cómo? ¿También se han tenido que desnudar? ¿A qué han tenido que renunciar además de sus vestidos? ¿Cuáles se han tenido que poner? ¿Cómo se han tenido que maquillar? ¿Cuánto han debido callar? Sabemos qué imágenes hay, las apacibles de Cano, las exóticas de Pedro Nel, las rubicundas de Botero, las de tantos hombres que las vieron, las idealizaron, las construyeron, las crearon, dieron su opinión sobre ellas, las miraron y dejaron la huella modeladora de su mirada en sus retratos (con algunas muy notables excepciones como las mujeres volcánicas de Débora, que son una excepción y otro cuento). Sin embargo ¿está allí realmente la imagen de la mujer? O, acaso ¿falta ese espejo? ¿Qué imágenes de ellas no están?

 

Con estas preguntas, que la acercan totalmente a los planteamientos de las guerrillas girls, la antioqueña Libia Posada examinó la sala del siglo XIX del museo. Vio retratos de severas matronas, vio niñas inocentes, jóvenes encantadoras, mujeres voluptuosas, el orgullo de la raza. Pero no estaban todas. Por ejemplo, estaba ausente un tipo de imágenes que la artista viene trabajando: la de la mujer golpeada. Y todo lo que está detrás, que es algo mucho más complejo que un bruto macho agrediendo a una indefensa víctima. Lo que la artista ve allí es una patología social de la cual estas mujeres son un síntoma. Lo que ve es una sociedad que produce este tipo de mujeres y luego las esconde. Lo que ve es un vacío, potente como el blanco aséptico de la medicina, un silencio aterradoramente cargado y producido por el poder. Entonces decide construir esa imagen que no está.

 

Empieza entonces a desarrollar un intercambio febril de maquillajes que se superponen como capas de cebolla. Una mujer suele maquillarse, dice Libia Posada, para mejorar su circulación social. Luego viene un hombre y la golpea. Entonces ella se hace otra capa de maquillaje para que no la vean golpeada y no se afecte su aceptación. Y es en este punto donde llega la artista y propone una capa de maquillaje más, que efectúa un maquillador forense. Este, con toda la exactitud del caso, reproduce los efectos de una golpiza en el rostro de un grupo de mujeres voluntarias quienes después son fotografiadas. El resultado es una serie de retratos que se apropian de imágenes canónicas del museo, las simulan en gestos, vestidos y fondos, y las reemplazan. De esta manera contamina toda una sala del museo, desafía la mirada hegemónica del hombre, la aséptica del arte, la moldeadora del retrato tradicional, desmitifica mitos, deshace lugares comunes y, sobre todo, pone a temblar los arquetipos. Todo ello, gracias a unos procedimientos de implantes, inserciones, cortes, transplantes, amputaciones realizadas con la mayor precisión quirúrgica. Ante el silencio cargado del poder, estas imágenes oponen la dignidad de otro silencio; ante los ojos ciegos, la mirada de frente; ante los ideales de la belleza, la fealdad de sus síntomas. El resultado es desconcertante, demoledor, transformador. Una sala muda se llena de todas las voces de las mujeres que siempre callaron. El cubo blanco de la sala se ensucia. La composición ideal se desbarata. Las imágenes canónicas se deshacen Y una voz profunda, oscura, emerge de las entrañas de la tradición. Estas imágenes nos expulsan del paraíso del arte decimonónico, pero nos hacen comprender que desde hacía rato vivíamos al Este del Edén. La imagen apolínea no dejaba ver a estas mujeres, por otro lado habitantes habituales de nuestra sociedad. L Posada le hace grietas al espejo y el monstruo empieza a reflejarse lentamente en sus fragmentos.

 

Viaje al centro del negro: Liliana Angulo

 

Es una negra monumental pintada en toda la mitad de la composición. Altiva, mira de frente al espectador. Tiene aretes, pinzas y collares dorados. Está vestida con un esponjado traje blanco y en sus hombros lleva un chal rojo bordado. En sus manos, como toda una dama, un pañuelo blanco… “Negra en Medellín” es el escueto título de esta enigmática acuarela del siglo XIX ¿Qué viaje hay de esta negra monumental a la grácil negrita Nieves, el icono de la caricatura colombiana que todos recordamos? Uno intrincado, abrupto, ciego, por tierras incógnitas, por silencios, por abismos, por callejones sin salida, por puertas selladas, por ojos cerrados. Un viaje que a pesar de todas sus dificultades es apasionante y es el que ha emprendido la artista bogotana Liliana Angulo. Un viaje por el imaginario visual, del arte a la publicidad, que ha estereotipado o simplemente ignorado la representación de la etnia negra colombiana. Un viaje lleno de ausencias como el laberinto rojo de Ana Mendieta, de silencios blancos como el de Libia Posada. Un viaje ciego al centro del negro.

 

¿Dónde está la imagen de la mujer negra, excluida por negra, por mujer y por pobre? ¿Dónde buscarla más allá de los souvenires con candongas para las cocinas, del pelo bon bril, de los chistes de salón, de los ídolos sexuales de la televisión, el cine, la publicidad, de las modelos exóticas, de los trabajos serviles? Angulo, en su exposición en el Museo de la Universidad de Antioquia emprende este improbable viaje que empieza en esa acuarela y las inquietudes que le provoca: ¿por qué esta negra no está vestida como esclava? ¿es una mascota de un blanco? ¿es una recién liberta de 1852, el año de la abolición de la esclavitud? Después de este punto de partida, sigue su periplo con una serie de fotografías donde parodia al personaje de Nieves realizando los oficios serviles con los que todavía en Colombia se sigue relacionando a las mujeres negras. Nieves con una escoba, Nieves con un plumero, Nieves cocina, Nieves lava. ¿qué más podría hacer Nieves cuando se le saca de su entorno donde es hermosa, joven, donde es ella y se le lleva a la gran ciudad donde desaparece tras una mirada extranjera que detenta el poder de mirar? Nieves no sabe. Ya no se ve. Dicen que tiene pelo de esponjilla. Y esa es la siguiente estación del viaje de Angulo. Consigue metros de este material y construye objetos escultóricos que coloca sobre sus modelos parodiando sus pelos. Lo hace en una serie de fotografías que aluden a prejuicios, chistes racistas, cadenas, memorias, subyugaciones, pero también a una identidad plena. Si la acuarela y la serie de Nieves se pueden ver como un ejercicio de deconstrucción de la imagen afro (el término que Ángulo prefiere utilizar), la serie de los pelos-esponjilla ya aparece como una construcción, una afirmación, una identidad. Angulo continúa en este viaje sin mapa (título de una exposición de la etnia negra en la que participó), sin brújula, un viaje por la historia, la política, las imágenes, su construcción o negación. ¿Dónde buscar lo negro? ¿en una África que ya no existe? ¿en el estereotipo? ¿en la beligerancia? ¿en los fetiches del consumo? ¿en los lugares comunes? ¿en los vacíos? ¿en la historia que no se escribió? ¿dónde está la mujer negra? Es una pregunta sin respuestas llena de múltiples y confusos hallazgos en un camino de espejos ciegos, de miradas que paralizan, de madejas que sólo empezarán a desenredarse cuando estas mujeres aprendan a mirarse ellas mismas sin espejos turbios de por medio, como ahora lo está proponiendo Angulo con sus mujeres afro.

 

Portal www.m3lab.info, Encuentro Internacional Medellín 2007

 

 

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